01 Mar
01Mar


                                                                                                                              Imagen de Mateo Olivares



Se nos ha acusado de promover, desde el nombre de nuestra arma de propagación: El chivo de los cielos, cierta actitud metafísica. Pero el chivo de los cielos no involucra nuestra actitud y nuestro movimiento hacia lo cabrío de los cielos, hacia lo cabrío de lo sagrado (que, según nos achacan, como se hallaría en el cielo, nos alejaría del aquí cabrío y sagrado), deslindándonos de la inquietante potencia del aquí con sus mecanismos de entretención. Todo lo contrario.

Dos cosas por señalar ahora. Cada una como si yo fuera dos personas distintas, o un sujeto con dos cabezas:

Uno.

Al inaugurarse los Trances del Roturnomio, el motor que quiebra los nombres, que le ha declarado la guerra híbrida al código, fueron declaradas en público dos nuevas situaciones.

La primera nueva situación: Un juicio ejecutado al yo, por el declarado “El chivo de los ANTICIELOS” durante la obra “Canto al narcisismo” de Winner Zeballos /ese sátiro solitario/, para levantar y aterrorizar y aniquilar al yo simultáneamente. Se estableció la guerra contra lo sagrado celestial en el campo ritual abierto por las sesiones del RotoR, que en aquella ocasión ha enjuiciado a los mecanismos ficcionales del arte, del cielo y del yo mediante la violencia, la agilidad bestial y la incitación con torito eléctrico a uno de los miembros mientras otro ejecutaba un nuevo ídolo y otro se masturbaba y filmaba, los torturadores. Entiéndase. Todo trabajo fue aquí, para perforar el aquí.

En “Canto al narcisismo” se proclamó también la guía, momentánea, del toro-rey bailarín para el ingreso a la guerra. 29 de septiembre de 2019.

Lo sagrado se confunde con lo impío, en ese aquí, en ese ahora perforado por sus ejecutores, invadido; ejecutores ejecutados por los aires erradicados de lo cabrío. Lo sagrado se confunde con el conflicto de lo sagrado con lo impío, he ahí una revelación. Y, la propuesta, a su vez, de que lo cabrío desborde el espacio ritual, (el mecanismo ficcional si se quiere ser concreto, pero también otros mecanismos de excepción; pero nosotrxs vivimos de lo infecto) ritual que ha sido útil para convocar a lo cabrío en un principio, y que luego ha sido desbordado y nos ha llevado a las puertas de una guerra civil molecular y a una larga alteración biomédica.

Esto hizo que descubriéramos ciertas tácticas o capacidades voodoo de prácticas y ejecuciones artísticas, porque no son impunes, porque atacan, ejecutan y modifican el plasma de lo real, lo sociopolítico, lo biológico, los modos, los códigos. La poesía es una invasión.

La segunda nueva situación surgió también en las sesiones de la roturnomio. Cuando se proclamó al mono poeta (TODXS LXS POETAS SON SIMIOS!!!) y al cerdo acéphalo (EL DIOS SACERDOTE ES UN PUERCO!!!), en un rito, parodia satírica y experimento biológico de deshumanización y bestialización (MOMO se cayó de cabeza y descubrió que estaba de pie). Lo proclamado desde esa fecha para adelante fue: EL CABEZA HUECA DE CERDO HA ASESINADO AL CHIVO DE LOS CIELOS! Comprendimos, la ejecución y el ejercicio de invasión a los significados y las ejecuciones biológicas y de collage humano-cabeza-de-cerdo nos hicieron comprender, que nada teníamos que ver con el cielo. Que el collage humano-cabeza-hueca-(acéphalo)-de-cerdo (que fue también un acto de decapitación), que los experimentos biológicos, que la alteración del aquí y del ahora, nos tenían en spotligh. Son francotiradores. Los vemos (y no los podemos ver sino por lo que nos hacen), nos miran.      

Ese estado de excepción roturnomiesco fue extendido y catalizado por esta y otras obras: Todo estalló unos meses después. Toda sociedad en colapso, revulsión, guerra híbrida molecular. Un mes y medio de ROTURNOMIO en las calles y plazas y terrorismo virtual voodoo. Las sujeciones políticas desbordadas, los amotinamientos e incineraciones de los sistemas de control y sujeción social. El estado de excepción, lo sagrado cabrío, el ‘cielo’ se hizo el aquí y ahora y dejó de ser ‘el cielo’. Y establecimos alianzas con las criaturas del conflicto y el conflicto de las criaturas nos tragó.

Entonces, una vez que la máquina del  rito nos ha descolocado de nuestra búsqueda de lo cabrío de lo sagrado, (no más allá, sino en un estado de excepción) ¿qué hicimos con el arma de propagación e infección llamada el chivo de los cielos? Pues devoramos su cadáver celestial. Le vaciamos las tripas metafísicas y lo utilizamos como recipiente para incubar nuevos bacterios, nuevas hongas, nuevos ámbitos de mutación.

 

Dos. (mi otra cabeza dice)

La proveniencia ‘celestial’ o, si se quiere y mejor aún, del estado de excepción, de lo cabrío celestial, no implica un direccionamiento hacia un más allá exclusivo, impenetrable y que promete  redención.

Retomemos algunos conocimientos brujos. Si bien el sacerdote establece una relación ceremonial delimitada temporalmente y mediante la sacralización con el estado de excepción situado por los religiosos en el más allá o en lo espiritual o en el mundo de los conceptos en una espacie de situación de purificación, que pretende ser aséptica; por el otro lado, el brujo intercambia continuamente con el estado de excepción, en relaciones no siempre ceremoniales, hasta el grado de utilizar y someter al orden espiritual para operar aquí o de someter el orden del aquí para operar el mundo de allá. El sacerdote dice: venid que durante la ceremonia les mostraré y entretendré sus ojos cegados por el pecado y la falta con los milagros del más allá, que son migajas en relación al banquete que nos espera; seremos devorados por Dios pero primero debemos hacernos digeribles para su débil estómago. Pero el brujo dice: Nos comeremos a Dios y obtendremos su fuerza, ya sea para poseer a nuestro amante o para matar a nuestros enemigos.  El brujo dice: inventemos la cirugía (y dice lo mismo el torturador)/ experimentemos con éstas infecciones / hagamos una cópula entre el murciélago y la larva y coloquemos al feto híbrido en úteros extirpados para poder observarlo mejor / yo no vengo de Lemuria o de Urania y ansío regresar allá; mi amante fue lemuriano y lo preñé en sudamérica Negra y lo mediqué en gringolandia. Mi madre es un sapo. Y yo invadiré Lemuria o abriré las fronteras del aquí para que Lemuria nos invada con sus gases. La vida es un estado de amenaza.    

El relacionamiento sacerdotal involucra estas tácticas: la purificación o la búsqueda de asepticidad, la interpretación de los signos dados por el dios de estómago débil, el secreto, el sucio secretito de la ceremonia, quiere dejar de operar y de ser operado. El brujo, en ese otro relacionamiento no sacerdotal utiliza las siguientes tácticas, la experimentación, la infectividad, la generación de nuevos signos para someter o hacerse someter por lo alterado, y el contagio interespacial, interregional, la operatividad.

Por lo tanto, para nosotrxs, brujxs, el cielo no es lo faltante que añoramos, no es nuestra rueda de entretenimiento, (que muera el psicoanálisis; no necesitamos nuestro objeto A, sino una T de Cobre insertada en nuestros conductos, tácticas K, somos potentes, no carentes, con nuestros cuerpos perforados, en la amenaza del deseo). El cielo es un espacio de invasión (no de evasión). No es sólo un espacio de invasión, es un elemento en nuestra experimentación biológica (no olvidemos que los antibióticos forman parte de las dinámicas con lo biótico), es nuestro objetivo satírico, es uno entre tantos de nuestros sujetos de contagio. Cada día escribo una línea en contra de mí.


Y para dejar claro de una vez por todas, no nos interesa el “mal”, no somos malditos, somos  sumamente benditos en nuestra maldición, somos sumamente malditos en nuestra bendición. Lo cabrío no es el mal, es el piojo cabrón, es la píldora dorada, el estado de sobre-salud, nuestra dínamo, el objeto de nuestras burlas, una electrocución, un experimento que es cada vez distinto.   

                                                                                                                                                             Andrés Mariño

                                                                                                        

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