07 May
07May

Antimemoria

En los eones previos a la malsana existencia centellean los rayos enconados que reproducen la luminiscencia del infierno. Su calor emula lo abrasivo de las tinieblas. La Tierra asfixiada en magma. El dolor geo cósmico, el llanto de la superficie primigenia y el asteroide próximo a fragmentarse en la Tierra.

Una superficie fogosa y estridente nos transporta y disuelve en el horror polimórfico, en el magma incandescente que es pura potencia. 

El magma no tiene por qué servir a ningún amo, no tiene que manifestar línea y cálculo de sí, no hay numeración ni trascendencia; su devenir es célere e imprevisible. No guarda la calma del río, que cura y perdona; solo enciende y cataliza el ardor del existir, sin distinción, disolviendo la diferencia en lo inasimilable.

Tal potencialidad, tal locura y poder fue ocultada por algo así como un dios egoísta que cubrió los lagos de magma con tierra, verdor y aguas que apaciguan las disrupciones magmáticas. El dios es la estratificación que construye el mito neguentrópico y, a modo de aparente bondad, pero con tremenda ironía, le da a la humanidad la condición del verbo encarnado, que esconde la esfera de magma para evitar la jugosa tentación de fundirse en su cauce infinito y furioso.

Benjamín dice: "El acto de la creación comienza con la omnipotencia del lenguaje, hasta que al final lo creado se encarna, por así decirlo, en el lenguaje que lo nombra." Tal condición del nombrar, dada a partir de múltiples procesos "evolutivos" y anatómicos tales como erguirse y con ello permitir un mayor flujo de sangre a la cabeza desencadena la capacidad del habla, encarnar el verbo. El bipedalismo nos hace aparentemente lxxs dueñxxs exclusivxxs del nombrar, del habla. Sin embargo, nos aleja del magma. Y nada está por encima de la potencia magmática que se esconde.

Pero a pesar de su encubrimiento, el solo hecho de estar formadxxs por materia devenida y ascendiente del anterior y primigenio magma aleatorio y esquizoide hace que dentro de nuestrxxx ínfimxxx cuerpxxx guardemos un resquicio de su poder, de su fluir monstruoso, oscuro y resplandeciente. Un cuerpo conteniendo una mínima parte de ese poder hace de su existencia una tortura soberana: contener el magma en la dama de Hierro que se funde bajo los estratos.


El gemido geocósmico se hace presente en la columna, en el posterior desarrollo del don que nos hace especie, en la cuerda vocal desgastada, en la ciática torturada y quemada, en la planta del pie pinchada con la espina ardiente, en el ojo que desea escapar de la cuenca. Cada dolor físico, cada desgarramiento, cada insuficiencia y cada júbilo desbordante es el magma embistiendo y carbonizando las limitantes del cuerpo humano; es su protesta frente al camino en el que desembocó la postre existencia humana. La mente, la cabeza, la idea, el concepto, la acción, el trabajo; la división del mismo, la lucha de clases, la rutina, el reloj; el acomodo del cuerpo subyugado a la monotonía productiva recalcitrante y divisora, al número y la regla, al punto y a la antorcha.

Pero si el magma devino en forma y figura de todas las especies es, probablemente, en la humana donde su potencia percibe una mayor catástrofe pues es aquí que está sometida en el orden simbólico. EL MAGMA ES ENEMIGO DEL SIGNO. Y SOLO SE PRESENTA EN EL SIGNO Y EN LA IMAGEN QUEMÁNDOLOS.

El signo y el humano sepultan el magma y a su vez se sumergen en las palpitaciones calientes de su presencia subterránea. El habla es una condena y una palpitación hirviente. "Por sus palabras se harán esclavos" porque en ellas está la forja y el horno del hierro.


Hay quienes buscan conservar la unidad corpórea en temperaturas adecuadas, así como hay quienes buscan hacer fugar el cuerpo por el camino de lo maquínico, de lo caliente; desplazarlo, reducirlo a pálido vestigio inerte, a polvo y humo, una roca postrada en la calígine terrestre y la superficie derretida. Una anulación.

Dicho proceso no enuncia muerte, como arguye Land: "La pulsión de muerte no es un deseo por la muerte, sino una tendencia hidráulica a la disipación de las intensidades”.  Es decir, el cese del ritmo bio-orgánico del cuerpo no se traduce en una pérdida, al contrario, cede el paso a que el magma finalmente se haga presente en un derrame de flujos iridiscentes e incineradores, permite que la cuenca desborde calor y con ello infinitud oscura: es liberar al pie y a la columna de sus cadenas, es servir al colapso de toda entidad reguladora, es quemar al signo y al símbolo con la Cosa Maldita y Ardiente.


El sujetxxx se extravía inconscientemente en una variedad de posibilidades de enlace y conexión con el magma. Sus alternativas reptan en el desasree bélico, la adoración del fuego, los atentados de microexplosión mística, la desintegración del cuerpo y la pulverización (vaporizarte en terrorismo). Pero algunas no bastan para provocar la incineración del cuerpo magmático. Se limitan a descontinuar la existencia corpórea del otro, fagocitar la carne alterna sin demoler la existencia propia, o la propiedad de la existencia.

Hay quienes, pensando que el agenciamiento en el dispositivo tecnológico posibilita la insurgencia carbonizadora de lo magmático, no dan cuenta de su colaboración con la inutilidad del cuerpo, lo estático y lo estratosférico. Mucho menos entienden que en las tumbas de su mente el deseo de esta anulación (inoperatividad del cuerpo, quietud y detrimento de sus funciones, katatonia) se enlaza con la oscura posibilidad de una anuladora fusión con el magma. Pero por alguna extraña paradoja, quienes buscan el agenciamiento en el dispositivo tecnológico, inconscientemente enlazan la muerte del cuerpo bio-orgánico con la ultravida inviviente del magma y su perpetuo burbujeo. La manipulación de la máquina (en tanto tu manipular te abre a la una manipulación ejercida sobre ti) tiraniza al sujetxxx en una actividad inorgánica, al dolor inhumano de lo que se produce bajo la superficie. De ello se desprende un atractivo: la inoperatividad del cuerpo.

En el direccionamiento hacia la construcción de la Máquina Mortífera de Babel, que acaso pretende prosperar en el infierno y que persigue alcanzar a la oscura diosa magmática, se nos introduce a una figura intermedia: el Iron man pre-magmático constituido de gadget y respuesta automática. El cuerpo se diluye en la máquina, ni siquiera se amalgama, desaparece. El esclavo perseverante que empuja su piedra, obsesionado con la productividad, se deshace en la intensidad de la producción: Iron Man pre Magmatico.

(Entre más inútil es Iron man, es más deseado, porque este tipo de inutilidad maquinal deviene en la anulación que permite el burbujeo del magma que pulveriza el cuerpo).

Si se tensara más este extraño punto de inflexión podría llevarnos al estado energético y protomórfico de lo magmático a partir de las siguientes condiciones (óptimas, eficaces, la punta cumbre del proceso de (re)producción): 

La anulación total del cuerpo en intensidades hirvientes como atractivo. 

El despliegue del vuelo autómata de la máquina y su aceleración hasta la catástrofe. 

El choque contra el manto caliente y la ineludible disipación de la forma.


El Iron man ingresa en el trauma y difumina la diferencia máquina/cuerpo hasta anularla en vapor. Reproduce el orden bélico en derroteros confusos, sin nunca llegar a una regresión absoluta a las intensidades magmáticas. Para que ello suceda la máquina también debería devenir anulada, vaporizarse en una carrera hacia la catástrofe. Pero su condición de número, línea y reproducción infinita solo permiten que el dolor de los estratos continúe, ahora resonando desde el metal y el código.


Es nuestra condena 

Es nuestra agencia 

Es nuestro laberinto 



Antimemoria

Desde el dispositivo traspasado por el Geotrauma.


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