01 Feb
01Feb

YO ERA A VECES UN GRITO NUNCA OÍDO


Yo era a veces un grito nunca oído

y una pasión que al hombre

dio tristeza;

quien quiso mi razón

la halló deforme,

y cuanto más me huyó, más fui su fuerza.


 

LLANTO DE ABISMOS


Yo encontré el delito y le eché sombras,

yo que a látigos partí el rostro del mendigo,

yo que negué el por qué

de todo abismo,

yo que alcé una paloma y un olivo

salgo con el dolor colgando de la vida,

rasgado el corazón, el tiempo huido,

comprendiendo el pecado y bendiciendo,

la moneda pagana del cinismo.


¿Cómo negué la esclavitud

sobre la verde llama del sentido,

las fauces del dolor y la miseria

que acechaban al niño,

si estaba con el cuerpo entre las manos, esperando

la imposible presencia del prodigio?


Y predicaban:

-Cristófilos, oíd, con rostro reposado yo os lo digo,

no hay mal, y el que delinque

es simplemente un vulgar asesino.


En tanto,

del mejor corazón cayó un olvido,

de los pechos de roble sangró el tiempo,

se desgajó el amor y sobre el río

murieron aves puras.


Manos que fueron suaves llevó el viento,

hasta tumbarlas con furioso golpe

contra las negras rocas del destino.

Para vivir punzaban los abrojos,

lloraban los abismos,

y era duro correr o detenerse, o caer, o sepultarse

en un terrible grito.


Y los días gemían y los males eran más y más

y más, como látigo,

sobre ilotas

vencidos.


Apareció el terror;

los astros, las colinas, la esencia de las cosas,

sufrieron el castigo.


Crecieron imposibles.

Sobre los débiles cayeron los cuchillos

y hubo que ser maldito,

que ser procaz,

¡que ser impío!


Entonces, me detuve, tardía

a responder la exactitud del siglo:


Yo que eché sombras al llanto del caído,

¿cómo pude pasar así

completamente tan yo misma?


¿Qué era esa mano que encontré colgada?

¿Cómo no recogí

las no extinguidas huellas del camino?


Y aquella soledad del ebrio mañanero

¿y ése que nada quiere ya, y ése que espera

de su crimen y odio?


¿Cómo es que no advertí ultraje y despotismo?

¿Dónde estaba yo aquella tarde

en que se condenó

al ladrón de tímpanos destruidos?


Lo amarraron al miedo

y con cinismo le sacaron las fibras de la vida,

le robaron su "yo mismo",

le clavaron las manos hasta dejarlo

con las palmas vacías de un asilo.


Después, sacudieron su pecho

y cuando vieron que aún sus pobres vísceras latían,

cuando era un loco andar su sombra ardiendo,

desorbitado el imposible ser ya bueno,

tiritando su culpa de mendigo,

lo arrojaron al suelo,

lo llamaron cretino

y se quedaron a mancillar su nombre

en las humildes ramas de su engendro.


¿Cómo pude negar el por qué del abismo

con este nombre a miles de mi siglo?


Alzaré

la paloma y el olivo

me dice el corazón

y apenas creo que hay olivo y paloma sobre el suelo.


Mi llaga es más cruel que la agonía.

He vertido hasta el último dolor. Ahora estoy

indolente sin eco ni suspiro,

desgarrando el amor y bendiciendo

la moneda pagana del cinismo.


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