05 Sep
05Sep

Un impulso de autodestrucción se alza como la fachada de una iglesia derruida. No hecha de piedra sino de la experiencia de la carne, edificio negro cuyos ventanales eyectan chorros de azufre, el humo incontenible de la realidad desaforada, virulenta, explosiva, demoniaca. 

Desde mi primer contacto con el witch house esta maraña se ha instalado en mi cabeza. Doce años después me encuentro aplastado en un colchón viejo y rechinante en un cuartucho sin luz natural, SALEM me asedia y escucho todas las versiones de Killer compulsivamente. Una señal que atraviesa las paredes me habla en un lenguaje eléctrico; la estática dibuja garabatos agresivos sobre las capas de polvo. Los pies entumecidos y húmedos, las manos quebradas. Un olor seco y sintético se percibe de repente, se escabulle y no se puede saber cuándo saldrá a merodear los pasillos con un instinto iracundo. El trance es interrumpido por sus delirios, salgo disparado de la cama y escabullo un solo ojo en la rendija que abro en la cortina. Le envuelve el parpadeo de una débil luz blanca; a ratos camina en círculos erráticos, balbuceando sin parar. Me alcanza el olor a solvente y presencio el juego de un carrusel esquizofrénico que ha irrumpido con su glosolalia, apoderándose del pasillo gris. Su repiqueteo percusivo es la potencia que corroe los metales de las jaulas y cadenas, corrosión que nos invita a raspar nuestra piel con sus dientes afilados y torcidos. Siento un engendro creciendo en mi interior, una llamarada obsesiva, una acrecencia de flores corruptas que lo enajena todo. Su origen pareciera ser el ambiente mismo, rasguños en el aire y gargantas quebrando la helada noche de hormigón. Pierdo la noción del tiempo, lo pierdo de vista, no percibo movimiento, quizá colapsó por fin tras el tambo de metal. Mis ojos arden, los despego de la ventana y suelto el cuchillo. Lo pierdo todo. 

La sobresaturación de los bombos al final de Mine mine de SALEM genera una constante horadación de la tierra que aunque me tenía cautivo, alguna vez creí bella. Pienso en cómo neciamente quise plantar un sauce plateado en el desierto, en cómo me he dejado las uñas en las cuestiones irreversibles de la vida; una torpe elección de palabras, la muerte inesperada, un amor impaciente y falso, el tiempo y potencial desperdiciados. Tengo un nido de arañas en la tapa de la cabeza. Sufro la derrota ante una nube de moscas, me repliego y la frustración se convierte en lágrimas rojas como hormigas. Un instante después, mi tabique nasal cruje y el suelo es un reguerío de vidrios, mis manos han sido bendecidas con el filo de una ilusión destrozada. Soy una silueta confusa con el torso desnudo, retando al río nocturno de coches en medio de una calzada maldita. 

Las voces del witch house expulsan una violencia incontenible, y al mismo tiempo se mantienen a la escucha; se condensan en un ojo de huracán, se alimentan de las ráfagas de acontecimientos verbalmente intraducibles. Dice George Kubler que “los fenómenos nunca agotan por completo su capacidad de afectar a los demás” (The Shape of Time). Mi consumo excesivo de SALEM me ha convertido en un receptáculo del aura de su hiato. Ese periodo de incógnitas catástrofes ha sembrado  sobre mí una ola expansiva de memorias esquivas cuya procedencia se vuelve irrelevante; tornados, acelerados estados de ebriedad, jeringas y sangre de múltiples procedencias. Insospechadamente, soy poseído por la intensificación sónica de la ausencia, de la desaparición que produce especulaciones de enloquecimiento, toxicomanía o muerte, ejército invisible de fenómenos que nunca, ni antes ni después de la desaparición, dejaron de apilarse en el vertedero del tiempo.


King Night, el track que abre el álbum homónimo y debut de SALEM es una oda a la oscuridad, pero no es la oscuridad vacía y plana. Esta oscuridad es un lienzo, un reinado de fríos deslumbramientos que no añoran la hegemonía solar. Iridiscencia contenida en el pantano de nuestro pesar existencial; este oscuro brillo es reinante y el horror que produce se materializa con vanidad y ceremonia. El video acompaña la peregrinación de un tráiler tan malévolo como majestuoso. Su ornamento lumínico lo dota de un aura sobrenatural, como si se condujera por sí mismo. Los sintetizadores son el lenguaje de esta bestia de carretera, un lenguaje de ásperas centellas de neón cantando con el desbordamiento y la soltura de una ráfaga rosácea. 

“El witch house es la historia nocturna de la modernidad y2k” (Faust, El espanto: unx ángel brujx electrocutadx en la nieve digital). En el apogeo de la explosión urbana, el iluminismo de las máquinas sobre ruedas sólo nos ha revelado la espesura de la niebla, un velo que cubre los intersticios entre las ciudades. Las luces parpadeantes de la carretera abruman y embelesan las pupilas, relámpagos que subvierten la totalidad de la penumbra. La alfombra de pavimento se extiende infinitamente entre la maleza; podemos viajar kilómetros y kilómetros sin encontrar un resquicio de humanidad, mucho menos disponer de su calidez. Estrellas fugaces, se desplazan en sentido contrario, presencias hechas de ausencias confrontando a nuestros pedazos de lámina, la velocidad zumba nuestros tímpanos temerariamente. Cada encuentro destellante en medio de la nada te susurra una muerte instantánea, estampa desencadenada por la más ínfima distracción. La inmovilidad al costado del camino es sinónimo de naufragio, de desastre, y la velocidad es una bofetada entrando por la ventanilla. En las curvas abruptas y abismalmente pronunciadas, el destello de los letreros retrorreflejantes es un espectro que despierta en la negra altamar. Su grito o tu parpadeo; es lo único que te separa de la chatarra. 

En los cuadros finales se impone la violencia del imperio yanki. Después de su errancia, el rey del asfalto posa radiante detrás de un cementerio militar, sembradío de lápidas y pequeñas banderas estadounidenses bañado de luces policiales. Tanto la atmósfera como los símbolos desplegados en esta imagen se amplifican en los siguientes trabajos de SALEM, siendo una de las vertientes (junto con el ocultismo, las drogas o la depresión) que persisten a lo largo de todo el devenir del witch house (género que, desde luego, arroja todo tipo de matices y singularidades). Por hacer una referencia escueta, aspectos como el militarismo resaltan en la estética de CRIM3S, aunque también hayan influido, menos explícitamente, sobre White Ring o el III de Crystal Castles. SALEM no solo funda un género, sino toda una imaginería.

Asia. Chorros desperdigados de luz brotando en la oscuridad de una carretera perdida, ilocalizable. Tu mirada maltratada es el único testigo, se funde en la catarata fulgurante, tus recuerdos borbotean y la caída del tempo los contiene en un dique. Después de reposarlos en una tensión extrema, los platillos acelerados los azotan compulsivamente en el pavimento, solo para precipitarse en una nueva cascada que otro dique volverá a retener más profundo en las cuevas de tu memoria. Devastación de los ríos subterráneos del tiempo en donde toda emoción es fugaz, infinitesimalmente arrastrada. Habrá que fracturar el torrente para sentir mejor cada laceración, el aura ardiente de las miradas que no volverán, con sus rendijas secretas, corrientes de fondo y contracorrientes, resacas violentas, remolinos de aguas muertas, mareas pantanosas con saltos y desniveles: ésta es la topografía que SALEM trazó valiéndose en gran medida del chopped and screwed, un ritmo que en sus orígenes, acaso solo provocaba un ligero y forzado vértigo. El futuro es eterno porque así lo es la oscuridad que devora a la existencia. Si en tu mente perdura alguna especie de materia, es el rastro de cenizas de tu pasado, lo único que aprendiste a esparcir sin esfuerzo: catatonia y epilepsia, no necesitamos más. 

La primera versión de Frost es el canto de un viento desbocado, una gran ráfaga que arranca el fuego de la tierra, la intemperie cuyo grito atraviesa la penumbra del cielo, un cielo lóbrego plagado de grietas fluorescentes. Acabas de emerger desde un pozo que parecía no tener fondo, el pozo de la droga, el torbellino de los vicios, huiste de los laberínticos túneles de la paranoia y la abstinencia. El destello de la luna nublada es una fuente que baña tu piel. Palideces. Un claro oscuro se alza como una avalancha ante tus ojos; más real que lo real. Gritas eufóricx: las mil navajas que te cortan el rostro son una inyección de vida y mientras avanzas entre el pastizal amarillento, todo el daño que has infligido cruje bajo tus pies como un océano de cáscaras negras. Tus tobillos lacerados dibujan un sendero hacia la inmensa soledad del bosque. El horizonte te atrae con su profundidad reverdecida; has escapado de tu propia tumba, destruido las colosales lápidas de polvo postradas en tus párpados, destartalado las estacas que dentro de tu pecho condenaban un suplicio eterno. ¿El ímpetu de otra oportunidad de vivir puede acallar tu dolor? Este espejismo no disfraza una plancha de arena, sino una mole de concreto y metal oxidado. Resopla el curso frenético del mundo que le roba el fuego al sol, bajo el cual todo se detiene y se suspende. Siente el oasis, reposo divino que al abrazarte, desata el disturbio generado y degenerado por el tiempo, un tiempo que yace junto a Dios como su sombra, su alma negra. 

Ese es el bramido que profiere Salem: estamos dañadxs sin remedio, aunque los colores de un nuevo día brillen en nuestra mirada ilusa, la enfermedad inyecta las córneas de todxs lxs seres que alguna vez amamos. Desahuciadxs, voces estertóreas taladran nuestra mente, somos el cochambre del sol. Ya hemos asumido el placer de nuestro despellejamiento. 

Sick es la paradigmática de la blasfemia que intensifica el goce, paradigmática de las luces citadinas que son más crudas que el fuego, pues su frialdad, también más refulgente, palidece los rostros y los transforma en autómatas, su brillo revela la futilidad de la moral, de la necedad que es nadar con vanidad entre un tumulto de cabelleras anónimas y pieles desprendidas. Es el fin del cuerpo orgánico. Se dispara la adrenalina del vuelo desenfrenado, la inminente explosión de la caída es un orgasmo que se contiene y se acumula al ritmo de percusiones arrebatadas y sintetizadores suaves que dibujan un ocaso enrojecido. El aliento de Heather es el fuego gélido que se ha elevado hacia una fluctuación perpetua y liminal entre la tierra y el cielo, jugando con el de Jack, un espíritu privado de cuerpo, voz inepta que vomita versos con la pesadez de un pantano glosolálico. 

Escuchamos la manifestación de un cronotopo de nuestra era que SALEM absorbió y que ha exudado sin parar, en el que predomina la transgresión del cuerpo, el asedio de un fantasma que inventa objetos libidinales incandescentes. El rapto funge como recorte del cuerpo del otro para ser anexado al sujeto fantasmante. Al arremolinarse el aliento del fantasma sobre el deseo del cuerpo afectado, éste último sufre una amnesia que le despeja el terreno a la pura intensidad anónima, amnesia del cuerpo sagrado, simulado, en el que eros y thanatos se libran de sus significaciones unívocas, sus límites se desdibujan. “La memoria es el dominio del creador, el mío es el olvido de sí en aquellos que renacen en mí” (Klossowski, El Baphomet). Nunca hay que perder la oportunidad para exponer la terrible misión oculta de Cristo. Las hileras de snares explotan como luces blanquecinas sobre el asfalto, inundándolo todo con su indiferencia. La identidad se difumina, el impulso del verdugo ha invadido ya el del cuerpo que trastoca, aliento furioso que impregna la carne con su perfume de queroseno.

La visión es cada vez más borrosa. 

Trapdoor es un bucle de nubes envenenadas. Un hervidero demencial ha crecido en las demoliciones clausuradas de cada rincón de la ciudad. La decadencia de las calles se extiende en una eterna obra negra, autobuses destartalados despiden estelas de smog y el sol nos tatúa una picazón virulenta. Donaghue rapea como si te siguiera a la distancia fumándose una piedra, esperando la caída de la noche para acuchillarte con el susurro feroz de la obnubilación generalizada de nuestra época, y ya no es ese puñal roñoso el que estigmatiza tu cuerpo, puesto que tú mismx has sido siempre un puñal roñoso, y ahora sólo te hundes punzante dentro de una calle viciada, cartón y harapos, cabeza y hombros en un fango de pensamientos grises, piernas al aire esperando una mordida. Por más efímera que sea, en el torbellino de la historia también hay sintagmática: vagabundeo crónico, las piernas entumecidas, la ralentización del tiempo en la espesura del calor lluvioso, la droga que adormece la pesadumbre del asfalto, autos derrapando hacia su aniquilación: nos entregamos a la bebida y somos bendecidos por el orín de los metales.

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Texto de Wit Shastry

Imágenes de Ojo Vimania

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