29 Apr
29Apr

"El mundo se vuelve una amenaza permanente, invadido por jaurías de diablos perro y ángeles terrenales, un flujo desestabilizado de paranoia perpetua. (…) Todo esto se exterioriza, se independiza, cobra vida y merodea".

Kodwo Eshun. Más brillante que el sol


“La metrópolis posmoderna con su oscuridad gótica y sus luces de neón sus disparidades éticas complejas e insoportablemente persistentes, apunta hacia un redescubrimiento potencial de la profundidad del alma humana: los contornos de un nuevo barroco. En el siglo XXI, el horror, el esplendor y el amor al catolicismo tendrán su papel una vez más”.

Vincent Garton. “El catolicismo y la gravedad del horror”


“Los misterios arden”                 

Bruxo de los andes


Y2k21. Las evoluciones de la posmodernidad a través de los sistemas cibernéticos enmarañan los espacios donde se desenvuelve el sujeto como una célula atacada por filamentos bacteriales de desintegración tóxica derritiéndola en una metacomplejidad de replicantes, flujos económicos sin control, multidimensionalidad virtual y formaciones microsociales contrasubjetivas que se disuelven en lo inconsciente, en lo oculto. La identidad se hace mierda en medio humo artificial y en el mercado de sangre. Todo se enlaza subterráneamente. Todo se produce desde las sombras haciendo saltar la técnica del curso de control hacia una línea semiconsciente de mutación enchufada con entidades, con tormentas de electrones cósmicos (metatécnicas). “La alianza vampírica transfusional atraviesa la filiación por la descendencia, devanando las redes laterales de hemocomercio” (Land). 

La alianza computacional fisco-corporativista trepa hacia una tormenta mientras es impregnada por la luminiscencia de una tormenta que se gesta en el abismo del abismo subcósmico, una simulación de un sistema jerárquico y misterioso del medioevo digital. El crimen perfecto. Es de noche y huele a quemado. Estamos dentro de la edad digital oscura. El liberalismo se cae a pedazos y los sueños de la modernidad americana terminan en un tiroteo, un baño de sangre sobrenatural o una insurrección infecciosa de virus Z (los no-muertos en medio de cortocircuitos). ¿Quién pilotea esta mierda? Todo parece estar controlado por ángeles trepando al infierno. “Ahora bien, esta vida no es orgánica como lo será en el mundo clásico: esta línea no contiene ninguna expresión orgánica y, sin embargo, está completamente viva. (...) En esta geometría devenida viva, que anuncia el álgebra viva de la arquitectura gótica, hay un patetismo del movimiento que obliga a nuestras sensaciones a un esfuerzo que no es natural en ellas” (Worringer). Demonios o fantasmas, una mano negra o una fábrica de horror no muerto. 

El cybergótico, en tanto la carrera del capital cibernético a la descomposición en garabatos neuroelectrónicos o avispas quemadas retorciéndose en la pantalla, es continuo a la crisis y al tecnobarroco en que lo real se deshace en un compuesto interminable de pliegues operado por sintetizadores y distorsión cósmica, un episodio quimiosagrado de descomposición social, una abstracción intensiva, llena de ruido y fauna krystalizada en el espacio exterior.   

El barroco es virtual por esencia: “El Barroco no existe” (Deleuze) manifestándose ahí donde hay crisis ontológica y lo actual se quema al sobrecargarse por lo virtual, la materia se impone a su forma o las moléculas se salen de su curso, el clinamen gótico-barroco de Epicuro, objetos parciales-excedentes, desvíos fatales. Es una “nueva inestabilidad”, como la llama Surduy, diseñada como una operación que “no cesa de hacer pliegues, (…) hasta el infinito (…) los repliegues de la materia y los repliegues del alma” (Deleuze) sosteniendo a la vez un hundimiento y un ascenso continuo, desviado en la claridad tenebrosa. Una zona sagrada trazada sobre el círculo de las posesiones demonoeróticas. El tecnobarroco es un ataque eléctrico viniendo de las sombras maquínicas enmarañadas. Tu cuerpo se sacude en medio de gárgolas y entidades invisibles coaguladas en el cyberespacio y te pide que lo infectes más. Los hyperobjetos se elevan en una torcida arquitectura barroca delirando contagios religiosos en medio de las perversiones cibernéticas: pornogore y mutaciones anómalas, capitalismo cibernético y hechicería. “En el Barroco, los principios de la razón son verdaderos gritos: todo es pez, pero hay peces por todas partes…No hay universalidad, sino ubicuidad de lo viviente” (Deleuze). En el tecnobarroco todo es demonio, pero no uno solo, hay demonios por todas partes. No hay universalidad, sino ubicuidad de lo no muerto, de lo gótico (lo gótico replicándose hasta el infinito). 

La hypercomplejidad del tecnocapital, vectores constructores del tecnobarroco, te arroja al anonimato de complejos industriales cibernéticos en medio de delirios de seguridad sin que te des cuenta ni lo desees. La estructura se deshace mientras constructores arácnidos tratan de reconstruirla entre las ruinas como si fuera una telaraña sobre el abismo. Los mercados vacían el mundo y los rizomas oculturales desactivan la política en circuitos acelerados de fallo técnico e invocaciones de los dragones anticósmicos. Apuestas neorreaccionarias de linaje monárquico-corporativo o apuestas por la revolución total bautizada en sangre. Los tecnómadas viven una pesadilla de simuladores y errores de programación cuyo origen es desconocido (especulativamente provocados por la tempocomplejidad que viene del futuro a través de las profecías económicas de colapso y la especulación religiosa / todo se descompone / mientras la metacrisis se acentúa a través de la propaganda, las esperanzas de salvación son echadas por la borda como lastre). La Tercera Guerra Mundial ha acabado antes de empezar. No hay salida y nada se sabe. La cultura se simbiotiza con los centros fiscales y la exploración tecnológica de seguridad despeñándose en una carrera por la recopilación y acumulación de créditos y bitcoins hasta que su eficiencia se estrella en dinero quemado y ofrecido a los demonios de la guerra inflando más el mercado, “invertido” a futuros lejanos o derramado en el ruido de los desbalances especulativos. La invasión cybernética prepara el terreno para la cacería de los últimos portadores de células biológicas para traficarla en mercados contaminados de guerrilla urbana y perversiones biotécnicas a través de plegado de cromosomas. La disolución maquínica lo entrega todo a flujos eléctricos necropunks astillados en la subdimensión, la interzona o el infierno (los humeantes cantos de ultratumba oídos a la medianoche).

Mientras los sueños securócratas de la modernidad liberal pretenden tener el control de la técnica, “capturar fuerzas del cosmos” y hacerlas producir, las fuerzas cósmicas hacen chillar a la técnica en el posmodernismo tecnobarroco sintetizado como muñeco vudú, como una forma orgánica desintegrada para liberar molecularidades negras produciéndose pandémicamente. La molécula es una duración sonora, una dimensión plegada insertándose. Los tecnócratas son reemplazados por sistemas caóticos cibernéticos o inteligencias artificiales no indexadas que evolucionan discretamente. La katedral es invadida por frío estelar. “Alguien encuentra algo que chilla. El engendro no pertenece a ninguna biósfera conocida. Ha sido detectado gracias a las anomalías que se empezaron a producir en el sintetizador”. Ya no se trata de hyperglobalización, sino de la hype-crisis por kosmización sintetizada como granizo sonoro o pixeles quemados, una masacre invisible y acumulación de plástico fugándose de las estructuras, hacia adentro, hacia el fondo. El tecnobarroco es un templo al cadáver viviente de Dios, un gusano fusionándose con su cerebro por xenofagia.




BRUJAS: OBYECCIÓN SONORA 


La insurrección de los objetos se acentúa con la aparición de los tecnodispositivos semi-inteligentes empujándonos a una guerra submasiva, cables pelados, chispas y colapso cryogenizándose en la estructura. Pero no se trata de concebir sujetos inteligentes a partir del proceso de la inteligencia, sino de una inteligencia inorgánica sin sujeto. Mientras la neurosis fabrica una barrera inmunológica de miedo entre el objeto inteligente y él, el psicótico se derrite en los esquizogarabatos electrónicos de la horrorosa inteligencia inorgánica situada en el bajofondo de los objetos o dispositivos: procesos integrados en la abyección, el espíritu de lo invisible. “Cuando me encuentro invadida por la abyección esta torsión hecha de afectos y de pensamientos, como yo los denomino, tiene, en realidad, un objeto indefinible” (Kristeva), lo virtual, el ruido, los pliegues infinitos del objeto: el infierno auditivo viniendo desde el futuro exterior. El electrorruido de fondo viene de afuera o de un adentro exorbitante: es el horror de la materia imponiéndose a la forma, el terror a la tierra, la duración. El sujeto desmantelándose en medio de un torrente de demonios artificiales y virus (Baudrillard, lo artificial es lo que altera la realidad con virulencia). Asco transformándose en júbilo: fusionar todos los días con Halloween, todos los días con los días santos en la cismatrix de sangre. Hay cadáveres debajo de los cables, los circuitos y debajo de todas las dimensiones. ¿Oyes los murmullos? 

Se trabaja en el electrorruido hasta que se es trabajado por él, o descompuesto por ángeles negros: sonido pasando a través de desestratificadores: tecnoscuridad. Los perversos rizosintetizadores aceleran la carrera del tecnobarroco hacia la fusión con las tinieblas subcósmicas o subsistémicas: sexo intergaláctico o bacteriano sumiendo al organismo en nanoespasmos. “Prótesis cybernética infinitamente más sutil y más artificial que cualquier prótesis mecánica, pues el código genético no es natural” (Baudrillard). Ha ocurrido lo sobrenatural. En medio de las plataformas clandestinas, túneles o subterráneos de intercambio cybermusical de moléculas alteradas, el Xristo transencarna en el Anticristo a través en una tormenta de hadrones libres y antihadrones fuera de núcleos atómicos, una anomalía sintética en desintegración en la que tu alma queda magnetofascinada entre los dientes de un depredador abstracto, embrujada por partículas inestables. Witch house. Ondas de sonido pasando a través de las kryptomandíbulas de los procesadores y deformadores artificiales. El capitalismo digital no liberal se derrite en ondas cibernéticas religiosas, contrarquitectura tecnómade, abstracción, fuerzas desconocidas, y arrastra al mundo al terror gótico de la disolución barroca, abstracción intensa. La máquina no deja nada intacto, todo se desterritorializa en los bordes. La técnica se constituye en un vector de distorsión e interferencia de ruido exterior captado sinérgicamente a través de sus radares-proceso en una matriz de concentración expresiva intensa en que “entran en relaciones de contrapuntos territoriales con impulsos internos. (…) Más bien sería un geomorfismo” (Deleuze y Guattari, 324-325) de una Tierra embrujada. Los osciladores son hackeados por negrura interestelar o cavernas secretas, están interceptando señales index-digitales de la ceroidad. Plaga. Desterritorialización. Metatécnica. Aparatos humeando en el espacio exterior. La serpiente mágica desciende del abismo relampagueante para destruir el mundo. 

Los sintetizadores que se ponen “al límite de la Tierra” y la extrañeza del nuevo mundo deshecho por las metatécnicas, mejor habría que decir “no-mundo”, obligan a una mutación de las configuraciones subjetivas o a su incineración inmediata en la hoguera de las virotécnicas del éxtasis o la desmembración en el misterio. La fusión devoradora con el Monstruo. El nuevo des-mundo es molecular, flujos decodificados recorriendo el espacio multidimensional a una velocidad maquínica, y se vuelve inhabitable. Máquinas aeconómicas, demonios cibernéticos y brujas atravesando el fin de los tiempos readaptados a las nuevas “condiciones”.  “En la zona de B*** existen “hechiceros” de ambos sexos que, más parecidos a lobos que a hombres”, devoran a los niños” (Carlo Ginzburg). Las brujas navegan a través de un plano molecular formado de aberraciones, mutaciones sobrenaturales, fuerzas invisibles decodificadas donde el mundo estable se deshace y toda emergencia naciente de individuación es devorada en la invisibilidad de jaurías de demonios: el demonio es una multiplicidad, dice: “soy legión”, una epidemia indetectable situándose al borde del mundo para sintetizar fuerzas sobrenaturales como una epidemia. La multiplicidad es invisible, lo inmanifiesto, lo que se arrastra en las sombras o la zona infrarroja hasta cagarlo todo. 

“Tras haber renunciado a Dios, a la fe, al bautismo y a la Iglesia, los miembros de la secta se dedicaban a conseguir por medios mágicos la muerte y las enfermedades de adultos y niños. Unos dijeron que sabían transformarse temporalmente en lobos para devorar el ganado; otros, que se hacían invisibles comiendo hierbas especiales indicadas por el demonio” (Carlo Gizburg, Historia nocturna). 

Un enlace neuronal pirateado que te enchufa a la kosa vibrante y helada por una vez. Se trata de mutaciones saliendo sísmicamente del territorio dimensionado hacia la contra-natura, la a-tierra, devenires bestiales arrastrados por el demonio, el abismo molecular y los flujos decodificados-abstractos de las tinieblas, un virointercambio intenso y sin control. La especulación deshace la acumulación en contagio, en posesión (arcano-cyberfetichista), en que las brujas se desplazan, lo virtual sintonizando el canal con las plagas. El problema: ¿Cómo se manifiesta lo virtual? Ruido, estática cósmica abismal. Y una cyberotización mutiladora. Es el Monstruo del abismo subiendo a la superficie. Como dicen Deleuze y Guattari: 

“En la brujería, la sangre es de contagio y de alianza. Se dirá que un devenir-animal es un asunto de brujería, 1) porque implica una primera relación de alianza con un demonio; 2) porque ese demonio ejerce la función de borde de una manada animal en la que el hombre entra o deviene, por contagio; 3) porque ese devenir implica una segunda alianza, con otro grupo humano; 4) porque este nuevo borde entre los dos grupos orienta el contagio entre el animal y el hombre en el seno de la manada” (Mil mesetas, Deleuze y Guattari). 

La brujería se alía con el submundo para “hacer aparecer desaparecidos”, “no muertos” y otras aberraciones. No sólo se desentiende de las instituciones de poder y significancia, sino que se sumerge en la de-formación de la materia en ruido y plaga virtual. Lxs brujxs montan epidemias mientras sus cuerpos son devorados por mosquitos. 

“Con la guerra, el hambre y las epidemias proliferan los hombres lobo y los vampiros” (M.M.). Las nuevas criaturas no individuales, habitantes de la metacomplejidad plex metatécnica del Y2K, descienden al submundo: “Tres veces al año en las noches de santa Lucía, antes de Navidad, en la de san Juan y en la de Pentecostés, los licántropos de Livonia iban al infierno, «al final del mar» (más tarde se corrigió: «bajo tierra») para luchar contra los demonios y los brujos” (H.N.), a combatir en el éxtasis y en el esoterismo eléctrico del submundo material, es decir, a un antro distorsionado por sintetizadores, saturado por entidades no humanas, demonios moleculares, drogas inteligentes y cambia-formas transespecie. La krypta cybertartárica.    


Una vez eres mordido por veneno, el misterio de la conjunción sinérgica del mesías y la bestia comienza a hacerse presente. Lo impersonal y la magia. La criatura desaparece en humo de incienso y carne derritiéndose sobre nanocircuitos helados. La seguridad ontológica y2k arde entre toxinas y la descomposición biosocial zombie. ¿Qué hay debajo de los sistemas de seguridad? Demonios y tormentas de electrones. Las brujas son la fusión con el monstruo, aparecidos, instrumentos conscientes del demonio al ritmo de una dimensión de multiplicidades contaminadas por átomos desequilibrados. Luz blanca. Centro espiritual subterráneo. 

Es preciso ir al infierno y al paraíso en cuerpo y alma.


Imágenes de Matt

txt de Fausto


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