23 Mar

*Electronema : Los electronemas en la música electrónica son una viva demostración de la superación  del sesgo combinatorio intrincado en la textualidad; en cambio,  los signos aquí tratados son aquellos que liberan la palabra y la imagen de su vicisitud asociativa en la imagen, en la lengua o en la significancia. 



Un movimiento, un espasmo. Un golpe que produce el mismo metal en el que se estampa. Una puesta en marcha de lo extraño e inverosímil; una creación de tormentas, aires abrasivos, estampidas, saltos en el tiempo y desintegración célere. Una secuencia y repetición ascendente; una amenaza que nos hace reptar los futuros y retorcer los vacíos. Un derrame que hunde el presente y lo hace devenir un charco viscoso, corroído por los taquiones de un pasado informe y arañado que se mueve incesantemente en espiral. El derrame sónico y lumínico, en su torrencial fluidez genera una onda expansiva que se eleva en los extremos, que crecen intempestivamente. 

Es un cataclismo, una declaración de guerra, una caza furtiva que arrasa el ahora.

Y es malévolo. Y es bello. Y es sublime. Es la electrónica. El futuro ensordecedor.


La música electrónica es malévola. 

Después del Yk 2000, la aceleración landiana, la fascinación afro futurista de Eshun y la decadencia de la distopía, la electrónica reaviva el morbo por un futuro que efectivamente está aquí, pero se mueve tan rápido que es imposible asirlo. No es un artrópodo, ni un xenomorfo o cuasi antropoide. Es un ritmo infeccioso y alien. Una polución sónica venida de afuera pero erosionante desde los adentros. Plasma retorcido que se estira y se rasga en la producción demente de mil agujeros babeantes de luz.

Para la música electrónica no hay futuros perdidos, solo oleadas de futuro mutando la existencia.

La música electrónica es malévola. Pero antes de profundizar en ello, debemos obliterar de nuestro campo de visión a aquella electrónica ya territorializada por el ethos del espectáculo. Aquella electrónica volcada a la repetición de la semejanza en lugar de repetir la diferencia. Aquella electrónica de propuesta poco estimulante que deviene lo espontáneo en predecible. Una funesta captura: esta electrónica es la de festivales cómo Tomorrowland, EDC; ravés de techno con matices superficiales dónde la experiencia del futuro es desplazada. Este tipo de eventos están sujetos a un régimen de significación e idealización; pretensión de alcanzar una idea, trampa del lenguaje, trampa de enajenación.


La electrónica de la que hablamos no dice, no habla, no indica que se produzca un tipo de baile, no dictamina un movimiento de cabeza ¿Acaso sobreviviría cualquier baile conocido frente a un espectro que modifica todo el entorno y destruye toda ley?

La electrónica de la que hablamos nos posee y nos atraviesa. Nos conduce por un cauce de disminución de lo humano, retroacción en lo hyper embrionario. No es que haya estado suprimida, no es que se haya creado recién la percibimos, más bien nos habíamos desintensificado respecto a ella en la búsqueda de la voz, de lo conocido. En lugar de hacernos conductores de este mutante que ya se retorcia en nuestros cuerpos.

Esta electrónica es un traumatismo pero no es un drama. No monta una escena de padres, madres e hijos o historias de desamor. Y sin embargo, en esa electrónica también se ama y se sufre; hay espasmos y trances; paroxismos y veleidades, pero fuera de la superficie de registro e inscripción. Agenciamiento en intensidades alien.

La fiesta de sangre abre paso a la fiesta de las máquinas.

Espinas metálicas rasgando interiormente nuestras cavidades humanas. Esferas con relieves y hundimientos circulando en la superficie muscular, su pesadez atraviesa la carne, raspando los huesos.

Y el despliegue expansivo de la electrónica no termina en los adentros, no se limita a la distorsión/distensión de los órganos. Sus vibraciones saturan todos los frentes de la materia y en el aire podemos percibir su transparente espesura; aquella que moldea las formas y los cuerpos, cómo el río que talla y diseña.

Los artistas que producen está electrónica peculiar son cómo rocas en ese río, rocas fértiles de constitución porosa, llenas de laberintos por donde el flujo alienígena se disemina y hace crecer xenoidades, biomas infestados por el futuro, plagados de materia tentacular, plasma, luminiscencias, frecuencias y diluvios. Sucesión rizomática y desastrosa, sospechosa e impredecible; los artistas de este tipo modelan espacios de crecimiento virulento y turbulento. Es necesario señalar que su desenvolvimiento es corrupto y turbio, malévolo básicamente. 

No adscribimos lo malévolo a una distinción común respecto a lo benévolo. No es una cuestión de antípodas y contrarios. Es lo malévolo que no opera cortes, teme a ello y en ese temor se fuga a la exterioridad. 

Es en esta alevosía que el sistema de inscripción y registro humano cataloga a lo malévolo cómo enemigo. Mientras, lo malévolo se ha desquiciado. Lo malévolo es una intensidad que se resiste a la designación, y la forma en la que se escapa y ahuyenta a su eterno merodeador es por medio del juego. Juegos de máscaras, juegos de verdad y falsedad, no porque  crea en ellos si no por burlar. Juegos que permiten trollear con el tiempo. Un "mal viaje" es una jugarreta a la percepción. Dejas de sentir que todo está en orden y sientes que el espacio se agrieta, que la situación se torna arrítmica. Todo se complica cuándo optas por controlarlo y a lo malévolo le aterra el control, por su potencia de designación, por lo cuál se fugara y abrirá tú experiencia al cauce alienígena, titánico y estremecedor. Todo en él es un juego. Lo malévolo escupe al control, se burla y se transparenta, o crea en torno a si todo un sistema inextricable e inaprensible para la designación. Produce "máscaras que no remiten a ningún rostro".

Está música electrónica conoce lo malévolo y es en ese mal que juega con la percepción de lo conocido y lo continuo. Esa electrónica nos conduce años adelante ¿Cantidad? ¿Lustros? ¿Eones? ¿Un tiempo más complejo que el que nos llega adelante o atrás? Quizá el no-tiempo. Un tiempo que gira en el reloj de forma tan violenta que le bastó solo un ciclo para desgarrar todo el plano en el que sus agujas eran contenidas; las mismas agujas rompieron cada segmento de esa piel blanca y en su frenesí la arrojaron a un ritmo nuevo. Y en el ritmo se consumó mandíbula, trituradora y colmillo. 

Esos colmillos retorcidos y puntiagudos, indiferenciables de los cuernos, se clavan y se erigen cómo torres solo para hacerse colapsar y con ello inundar los alrededores de su veneno. Doblan los caminos y los yuxtaponen uno con otro, los trenzan cómo alambres hasta que su grosor produce más muelas y dientes.

Estos alambres también devienen cuerdas, las cuáles se tensan y se mueven, y al moverse producen frecuencias, musitaciones, ecos y estertores alien. También producen pitches tan agudos que rompen las cuerdas y aún rotas siguen retorciéndose y girando, desdevanandose, chorreando causticamente, produciendo sonidos de otra naturaleza. De hecho se desea que se rompan para que sus extremos mutilados se raspen entre sí y sigan generando ritmos y musicalizaciones perversas.

Nada que está electrónica toque evita ser malsano. Nada dispuesto en este juego de exterioridades está exento de la extrañeza.

Un asalto a la sintiencia humana.


La música electrónica cómo "el desconocido ondulante" (na KhabRa, 2018) ; la turbación de la solidez en afluencia espumosa y desquiciada. 

Su producción es una alquimia embebida en el manejo del vantablack. Demdike stare extiende la inagotable agonía del ruido en un laberinto perverso. Hipertrofia del tímpano mediante el pertrecho irreprimible de las frecuencias. Enjambres en las olas y en las olas iridiscencia. Suntuosa máquina caníbal que por cada muerte le brotan mil dientes. 

La electrónica activa el trance; vómito y drenado que catalizan la dirección del naufragio a las aguas solaristicas. Cáustico a lo humano y delicioso a lo mutante. El ritmo alien de Amy Ireland conciliando con el preset hipnagógico. En la sesión, el drapeado de Sarduy; el infinito turbulento de Micheaux y la corona informe de Lezama abastecen la biblioteca de samples, dispuestos a su inmolación exatica y térmica, siseando bruscamente en las telúricas enfermas de la forma y el objeto. 

Una mística "solidaria y no solitaria" (D) en la que se vierten lxs artistas de la electrónica, hipostasiando la incarnosidad nebulosa del futuro; dulce clamor narcótico, atraes las alucinaciones más terribles.

Las teofanías apocalípticas guardan más semejanza con los VST 's que con la guturalidad mortal.


Pienso más en ritmos trituradores como el breakcore. Torrente metálico. Terror aéreo mutilando los cielos, atrayendo humos de agujeros negros.  Nada humano queda en esas percusiones sintéticas y cavernosas/curva de descomposición.

Empieza por lo conocido: el techno, luego llega a lo peor.

Explora un segundo nivel, pero en esta isla cargada de trampas y profundidades taimadas ese nivel es aún superficial. Sewerslvt es la punta del iceberg. Anime girls ahogándose en un cuello de botella en el que ahora solo pasan los sonidos menos humanos posibles, sintéticos, repetitivos. Licuefacciones ácidas y palpitantes, engendros de Villaelvin y SD Laika, monitoreando este espacio con sus rostros insidiosos. Cada vez menos disfrutable para algunas personas. Voces ya ni siquiera de anime girls sino de robots en su brutalidad.

Ya no hay nostalgia, sólo una enunciación acumulativa  de lo que no termina de llegar. La transparente maldición que nos empuja como vectores a las más atroces creaciones.

Más que pertenecer a un presente que reverbera sobre el pasado, la nostalgia de futuros perdidos se pierde en un cauce yuxtapuesto de temporalidades asincrónicas. 

El tiempo se ha licuado, tik tok lo enuncia perfectamente. Ni siquiera las canciones retro son retomadas impolutamente, son remixeadas, aceleradas o ralentizadas. Un proceso de trituración musical en que ya no sabes de qué tiempo es aquello que escuchas y lo más seguro para ti es encadenarlas a un pasado conocido, una hauntología.

Hacen mash-ups monstruosos.

Estamos en una actualidad saturada que ofrece múltiples opciones que van desde lo ultramaquínico a una nostalgia que no es tal, sino simulacro de nostalgia que no encubre ningún pasado.

La nostalgia está aniquilada, en Roblox eso se ejemplifica muy bien. Todo lo que conocíamos respecto al terror siniestro de los backrooms y el weirdcore es usado como un mapa por niños habitantes de Roblox.Skibi Toilet prepara el terreno para el siguiente descenso. Ningún puente se sostiene por sí mismo y los rostros reptantes amplifican sus efectos, producen en ti el vértigo previo al éxodo del que eres partícipe, uno obligado a abandonar la historia humana.
wet wol

wet wol



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