Para escupir una vez más sobre la estupidez vitalista y su ridícula manera de sonreír
Pneuma Taladrado
“Si uno sigue las venosas y agusanadas líneas de la vida, es inevitable no augurar un pronto extravío en las enfermizas sustancias viscosas y oscuras del asesinato. Es más, es como si estas mismas líneas fueran mínimas expresiones del Gran Asesinato, el abismo vibrante, baboso y electromagnético”. Estas frases, tan costosas a la reputación de la bióloga y ensayista Noemí Caetano, acusada de insertar sus arrebatos esquizo-religiosos en enrevesados tratados biológicos y así confundir ciencia y misterio, introducen toda su baba alienígena en nuestros espíritus. Nos obligan a sinto-situarnos más estrechamente con los movimientos radicales de la erradicación y a invadir el Jardín de las Delicias secuestrado por mojigatxs y agradecidxs vitalistas new age.
La diferencia entre las pulsaciones de la vida y la muerte es, como todo buen yonqui diría, sólo una cuestión de dosificación. Lo que Freud nombra como pulsiones de vida no hace sino señalar una ruta de auto-organización yoica, espiritualista y conservadora que no es tan diferente de la compulsiva actitud repetitiva de la pulsión de muerte. Incluso los fundamentales conceptos científicos de “vida” sumen este fenómeno bajo la comprensión de un estado de la materia en constante adaptación, conservación de sí misma y reproducción de sí misma. Exilian a la materia en una morbosa tendencia a la inanidad, una inercia que nunca es más que una dinámica sumamente controlada, un movimiento continuo, inmóvil. Vida y muerte son una y misma cosa y ninguna de ellas nos importa ahora frente al oscuro y palpitante objeto de nuestras obsesiones.
Más interesante nos resulta la división, hecha por Freud en sus intercambios epistolares con Einstein, dentro del mismo concepto de pulsión de muerte, teniendo la guerra como telón de fondo y oculto y abyecto objeto deseante. Dentro de la pulsión de muerte, Freud “distingue”, muy vagamente, un vector de reconcentración y un vector que se dirige hacia el Exterior. Mientras el primer vector no obedece sino a una pulsión de vida debilitada por la autofagia, cada vez más reducida, cada vez más desnutrida, el segundo obedece a una extraña agresividad anti-conservacionista dirigida hacia Afuera. Es un vector que tampoco se arrodilla, como podría pensarse, ante la utilidad de la supresión de lo externo para acomodarse mejor a sí mismo en el nuevo paisaje, un vector adaptativo, que moldea el paisaje ante la fuerza de los advenimientos y de su propio advenimiento haciendo terreno. Sino que se trata de un vector que, en una hermosa y mística pesadilla saturada de olor a pus y a sangre, no se detiene en sus líneas exteriorizantes hasta hacer de sí mismo la línea material vibrante y desintegrada del Exterior.
Porque el Exterior no es una zona, sino un panal destructor y móvil. Pura y dura agresividad.
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Pulsos de aniquilación. “La maldición de la espiral” que invade el pequeño pueblo japonés de Kurouzu en Uzumaki de Junji Ito es un diagrama de pulsaciones lineares y vectores malignos, el paso de la abstracción a una concreción intra-trascendente de alta mutabilidad infecciosa. “Mira Goshima, puedo sentir algo místico viniendo de las espirales” dice el viejo antes de ser encontrado muerto con el cuerpo alargado y enroscado como el de una serpiente o de un ciempiés en una canasta. La maldición arrastra la materia en una brutal línea de fuga hacia extrañas zonas de alteración. Succiona al espíritu. Lo drena en un ciclón de júbilo y asfixia eléctrica. “Es como si las espirales estuvieran vivas”, operando desde adentro, desde afuera. Pero no lo están. Y es justamente por eso que la maldición cae en picada con tanta fuerza depredadora y magnética.
¿Cuál es la naturaleza de la maldición? La espiral no pertenece ni a la materia, ni a la carne, ni al mundo de los espíritus. Sino a concreciones dinámicas contaminando y ennegreciendo zonas "reales". "Algo viniendo de otra dimensión". "Algo saliendo de las entrañas de esta dimensión". "Y un presagio de movimientos extranjeros".
El sentido común te dice que la espiral te lleva hacia el centro y te encierra en él. Fauces cerrándose infinitamente. Pero los vectores de Uzumaki se retuercen en un movimiento que parece ser sobre sí mismo, un movimiento centrípeto chupándonos hasta el mismísimo núcleo gravitatorio y el punto de equilibrio de la columna vertebral verticalizada, pero que, al reconcentrar su fuerza, en lugar de cerrarse sobre sí misma, se abisma hacia una misteriosa mega-ciudad subterránea agitada por la necrodinámica reptante y la fricción de las espirales, una megaciudad habitada por el Zero y por plagas de Nada. Están moviéndose a una velocidad vertiginosa que te da náuseas y pierdes el sentido del equilibrio. La dimensión oculta del canasto y de la tierra no resguarda ningún hombre muerto y nuclear, sino una línea de carne a la que crecen cien patas de insecto que también se enroscan en un pesadilla de fractales externos. Un descendimiento ofídico que revela la falta de núcleo central, o su desintegración en ciudades extraterrestres engullidas por los camuflajes de la tierra. El infierno es una línea intensa orbitando el centro hueco del planeta.
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Zonas de inhalación ronca. Nubes de polvo inteligente que parece estar vivo. Misteriosas fuentes energéticas, pulsos destructores, vectores operativos y calcinantes. Una frenética violencia contra las organizaciones de la vida y contra la muerte estática. Las espirales no están vivas, ni siquiera son líneas. ¿Qué carajos esperas para clavar los colmillos?
La visión diferenciadora se empaña hasta desaparecer. La vida y la muerte, lo estabilidad de lo orgánico y las oscuras agitaciones de lo inorgánico, subsumidas en una entidad caníbal que no deja de autoalienarse. Todo atravesado por movimientos. Interferencias anorgánicas. Los nombres de las cosas, antes tan precisos, son derribados por una riada de misiles de mierda. La “vida de lo natural” se somete bajo altas temperaturas hasta gotear esperma en el resplandeciente magma metálico del tiempo oscuro. La vida nunca ha dejado de estar socavada en su más íntimo resguardo por una plaga de voces metálicas, de agentes no vivos y su rotunda actividad de distorsión.
"Estoy reprimiendo una risa que no viene ni es para el mundo".
Líbido. Líbido. Hambre. Nubes de pus extrayendo HAMBRE de la psiquis (que cae como peso muerto).
Criaturas no muertas desmantelando la tierra de las formaciones planetarias. Una santa maquinaria que no cesa con la cesación. Burbujeante. Santa santa santa.
Misiles inteligentes
Misiles estúpidos
Un movimiento de dientes. Luz de slasher.
Necromancer.
Me alimento de asfixia. Te alimento.
El cielo de azufre invadido por espirales se derrite sobre nosotrxs. ¿Sientes el olor metálico de la sangre?
Secretos agentes necrosadores.
Hasta la muerte puede ser asesinada. Santa Santa Santa. Criaturas adictas al color de la carne y al olor de la sangre. Es asesinada.
Una formación de virus destrozando frenéticamente los órganos al calor de un automatismo religioso. Todo se escurre. Células humanas licuadas.
Unos gruñidos agudos y silenciosos vibrando de dolor o rabioso apareamiento. Espumeante. Hedor a glóbulos blancos. Unas risas infectas llamándote desde debajo de la superficie, desde debajo de la materia.
El cielo se desploma y me desplomo de abajo hacia arriba.
Una violenta reproducción de vida asesina.
Insurgencia telúrica de hilillos de metal derretido y configuraciones inorgánicas ascendiendo desde el futuro encapsulado en el vientre abierto y sangrante de la tierra. Toda bio-organización depredada. Jadeos. Succionadores de aire insertos en los pulmones. Neones iluminando la nueva muerte y sus velocidades. Simulaciones mordiendo el infierno. Drones diseminando polen envenenado.
Radiante muerte ice fabricando al Gran Depredador (escurriéndose por fuera de la vida y de la muerte, en una virulenta nube de violencia eléctrica atravesando nuestros poros y sus nervios). Algo devora algo. A ti te nombro y a ti me dirijo v e l o c i d a r k.
Radiante Muerte Ice Gran Depredador
Legiones de materia trash. Todas las velocidades de la muerte.
Visiones de carroñeras inoculadas en el cerebro y debajo de los ojos. Un movimiento de dientes.
Visiones de cuerpos abiertos para los vibrantes colores de la carroñería. Visiones carroñeras.
Las madres hienas me inician en los misterios escarlata de la vida asesina. Ingreso al olor como a una densidad disipada. Estoy cubiertx de sangre. Y el hedor me emborracha en medio de la oscuridad resplandeciente.
“La muerte es infinita” zumba una legión de insectos de formas extrañas. Fosforescentes. Y el tinnitus es el signo de la presencia de Dios (necrosada por una turba frenética de demonios / tumbada por las extrañas criaturas provenientes del frío espacio entre las estrellas y sus modos depredadores).
Todo es invadido por púas y patas.
Pus inteligente atacando las regulaciones orgánicas.
Las perforaciones llegan hasta mi cerebro. Susurros en las tinieblas. Contra-arquitectura. Tinieblas eléctricas bufando.
Todos mis cerebros taladrados. Todas mis terminaciones nerviosas corroídas por el ácido. Todos los nervios torturando el espíritu. Y me pierdo en medio de los golpes de luz seca.
Los órganos se desintegran en medio de un estallido de hedores y una nube sagrada de libélulas carnívoras desciende desde el abismo metálico. Algo bufa en medio de la sangre. Se oyen risas debajo de los órganos.