LA DENUNCIA A LA DEMON-CRACIA
Vox populi, vox diaboli
En medio de mi literatura apolítica, sirva ésta como una diéresis que ponga los puntos sobre las úes en esta realidad diacrítica de cierta ambigüedad:
Si algo ha caracterizado a los últimos días de confrontación ideológica-estadista / algorítmica-estadística, a consecuencia de las elecciones generales en Bolivia, es la contradictoria narrativa de sus actores que, en suma, venimos siendo todos nosotros. Esta contradictoria narrativa estriba principalmente en el discurso contradictorio que ha prostituido el término democracia en las más antojadizas acepciones, y en función a las más bisoñas acciones que chistosamente podrían ser llamadas “reaccionarias” ante esta crisis. Ya se ha dicho que nuestras “libertades” nos permiten asumir ciertos “derechos” de la forma más personal y ahistórica que pueda pensarse, aunque no deja de llamar la atención en un contexto catalogado de crucial en el devenir de nuestra era democrática que data recién de los años ochenta y que parece languidecer a joven edad.
El drama aquí descrito a partir de esta puesta en texto, sin embargo, no apunta a una salvaguarda nostálgica de la democracia “que tanto nos costó recuperar”, como a menudo se oye decir a quincuagenarios y demás. Del drama aquí descrito interesa básicamente su narrativa histórica, social, filosófica, lingüística y finalmente poética –que no política-, la cual viene tomando desde hace algún tiempo un curso previsible, y cuyo epítome parece centrarse en esta justa electoral chuta. No se diga, en fin, que por ser hijo de la democracia y no haber conocido dictaduras, este texto que firmo no goce de la experticia demandada, puesto que -a claras luces- despojarnos de la denodada democracia no implica necesariamente volver a la derogada dictadura. En estos momentos en los que las salidas escasean, no es obligatorio tomar partido por alguna cuando quizás la tangente atañe más a una opción que la propia sociedad consumista de la democracia se ha dedicado a malinterpretar: el anarquismo / que la propia clase política hedonista de esa democracia se ha encargado de desvirtuar: la acracia.
Me remito a un término que quizás pocos conocen cuando precisamente en nuestro diccionario político la palabra democracia parece haber coartado y cooptado nuestro imaginario, habiéndose convertido en el sinónimo del “confort social” y en la metáfora que explica el ideal común de nuestra bienaventuranza, falacias ambas propias de un pensamiento progresista recalcitrante. Empero, la democracia hoy en día es no solo un término desgastado que se utiliza como comodín para explicar nuestras buenas intenciones, nuestros justos propósitos y nuestros leales objetivos ante el complejo dilema de lo político moderno. Advertir cabe, pues, que la democracia es también un formulismo político sobredimensionado y desactualizado que, por solo poner unos ejemplos apresurados, valora la opinión de la mayoría cuando ésta es en la actualidad una masa virtualizada por las redes sociales y manipulada por los tecleadores de tiempo completo; más aún, un formato demagógico que permite gobernar utilizando a la población como mecanismo de validación cuando en el ejercicio de fondo solo están en juego los intereses institucionales, empresariales y multinacionales de la industria capitalista globalizada y no los seres humanos. El carácter extractivista de la democracia mundial nos dicta eso: la naturaleza, los animales y los humanos somos solo recursos de sus ambiciones.
Ante este panorama, pues, correspondería de una vez por todas desmontar un sistema democrático que en el caso boliviano es particularmente corrupto, autoritario, injusto, demagógico y consumista del poder, por lanzar los adjetivos más visibles, y que se ha valido de la estructura estatal para operar con denodada saña, cinismo, vendetta, clepto y mitomanía, ajeno al espíritu de una auténtica política, no entendida como la capacidad de gobernar, sino de organizarse. Estamos hablando, concretamente, de una clase política patriarcal que hace las veces de proxeneta de ese Estado, siendo sus militantes –ergo funcionarios públicos, chupamedias, lameculos, tirasacos y bajabraguetas - los alcahuetes de una estructura que “no sirve para la maldita cosa”, como siempre repetía uno de mis vecinos. Un sistema que, más allá de ideologías de izquierda o derecha, de clases altas o bajas, no funciona ni funcionará así quien sea que esté a su cabeza.
Por eso no creí en las primarias, no creo en las segundas vueltas y no creeré en las reelecciones ni nuevos gobiernos. Y este escepticismo político es sintomático de gran parte de la población boliviana que por nada más en esta última elección ha votado a granel por un coreano desconocido en vez de dejar la papeleta en blanco, o ha pintarrajeado las caras que aparecen en ellas anulando premeditadamente su voto, o ha botado (sic) estas mismas papeletas a la urna solo por obtener un certificado de sufragio, pues no tenerlo es el colmo de males ante la desventura de verse obligados a votar por nuestra clase dirigente corrupta y no proceder con su sepultura total. La abstención, no obstante, era una opción válida para este consciente suicidio civil que es necesario en una sociedad asquerosamente politizada por una partidocracia a la cual le interesa más su sigla política que su país, que tiene en su regazo a sus correligionarios y no a la población en general.
Así pues, la narrativa de este año electoral 2019 es evidentemente tragicómica, si hacemos una lectura exacta del día a día desde que se realizaron las campañas electorales que nos involucraron en un juego electoral para el que la población nunca debió prestarse después del Referéndum del 21F, pasando por el entremés de las elecciones primarias y el acto final de este circo político que cerró con broche de oro con un fraude que proclamó ganador al oficialista MAS, del ya trece años presidente Evo Morales. Ante este escenario, que sin duda es el peor, citaré una decena de escenas que grafican este arte de humor político cuya bufonada alcanza a nosotros mismos, llamémonos ciudadanos de a pie, pueblo o simplemente bolivianos.
1. El mentado 21F que consultó por referéndum si el presidente Evo Morales podría presentarse a una nueva reelección, terminó decidiéndose por un rocambolesco desliz de faldas (casi “porno” a decir de los opositores) en el que incurrió el candidato oficialista con la “cara conocida” Zapata, mismo que derivó en su derrota por ínfimo porcentaje, considerado como un empate técnico por el matemático Álvaro García Linera. Un mentecato, en definitiva, que no puede sumar cifras pero que bien sabe dividir a la población boliviana.
2. Las elecciones primarias –copy/paste del proceso electoral yanqui- fueron una pérdida de tiempo para quienes se prestaron a este arbitrario juego democrático que, además de todo, dinamitó la fuerza de los opositores hasta convertirla en ocho siglas que ingenuamente ingresaron al ruedo electoral así de fraccionadas, con muchas caras conocidas –algunas necrofílicas-, como la de los politiqueros cínicos Jaime Paz Zamora y Victor Hugo Cárdenas, más otros tantos que ejercieron su derecho de poder postular aunque sólo fuesen populares en su liga zonal o entre sus amigos de pasanaku.
3. El tribunal electoral que se mandó la torpeza de llevar adelante las primarias, demostró en lo posterior no solo incapacidad, sino ineptitud en varias decisiones incomprensibles que van desde ser permisivos con sus propias reglas del juego hasta insistir en su independencia cuando a claras luces dormían con amigo y enemigo. Un tribunal electoral que acepta permutar candidatos pero no quitar siglas ni colores, a fin de extrapolar las opciones. Un órgano erectoral (sic) que actuó como simple marioneta del falo estatal que los manipulaba a placer.
4. Los candidatos opositores desmenuzaron también su ineptitud para estas lides, primero porque fueron incapaces de concentrar sus fuerzas en una sola postulación (por orgullo, suficiencia o egocentrismo propios del animal político) y segundo porque sus propuestas infantilizaban a la población (bonos, cheques en blanco, piñatas, dulces) o directamente la menospreciaban con ideas altamente nocivas (armas para las mujeres, psicólogos para los LGTB) o pasivas (mi whatssapp para todos los bolivianos o chips en cada uniforme policial).
5. Los medios de comunicación estuvieron prestos a difundir estas propuestas demagógicas y risibles, solo por recibir su porcentaje de propaganda electoral, sin ninguna posición informativa, mucho menos crítica. El rey de estos absurdos publicitarios, el señor Chi, se llevó la mejor tajada de la visualización televisiva y de la viralización en las redes sociales, donde sin duda triunfa la especulación, la moda y la política farandulesca. Y los periodistas, con su consabida imparcialidad y nulo espíritu interpelador, terminaron poniéndose del lado de la prebenda y el amarillismo pro-estatal.
6. El electorado vino desde ya con patrones establecidos más allá de toda encuesta: los que odian la cara y el hablar de Evo Morales versus los que admiran el cerebro y la labia de Carlos Mesa. Los que dudan de la tez blanca y las manos limpias de Óscar Ortiz versus los que tienen empatía con los ojos rasgados fujimoristas y la polémica abierta de Chi Hyun Chung. En suma, una campaña en la que un meme político valía más que mil afiches; en la que un gif estaba por encima de un millón de propuestas y discursos. Ahí, en la inconciencia internauta, se decidió el voto salvo errores del sistema: los otros cinco candidatos.
7. El pueblo boliviano mantiene ese espíritu democrático que lo lleva testarudamente a ejercer su derecho de voto pacífica y concienzudamente el domingo de elecciones, avalando en este caso un juego político al que nunca debió prestarse con el antecedente del 21-F, es decir el referéndum no reconocido, y los pronósticos del 20-O, es decir el fraude consumado. La abstención y su metáfora, la quema masiva de urnas, eran quizás el designio que el pueblo nunca obedeció por influjo de sus obsesiones políticas, de su religiosidad pagana, de su opio democrático.
8. Los resultados preliminares demostraron que las dos Bolivias no han desaparecido, pese al demagógico “proceso de cambio”: los masistas suman casi el 50% y la otra mitad se la llevan los mesistas junto a las demás menudencias opositoras, más o menos como pintaban las últimas encuestas. Un análisis a boca de urna permite deducir que los indecisos optaron por Chi (no más Evo, ni más dinosaurios). Un análisis al conteo rápido permite deducir que los acólitos de Ortiz hicieron voto cruzado, resguardando su voto presidencial en el segundo con opciones reales, Mesa. Un análisis de los resultaron oficiales a la noche del domingo, del lunes, del martes, etc., permite deducir que se manipularon las actas hasta lograr que las cifras cuadren con los intereses prorroguistas del MAS. Una vez más, el peor escenario posible: coronar al monarca Evo IV en un mandato que ya huele a dictadura moderna, como la que aplicó Nicolás Maduro en Venezuela.
9. Nunca debió permitirse que la “mayoría democrática” consista simplemente en que el primero saque 10% de ventaja al segundo, aunque no obtenga la mitad más uno de los votos. Pero claro, en este carnaval político de realidades al revés, hasta las cantidades fueron volteadas (invertidas en el lenguaje estadístico, robadas en el lenguaje de coba). Así, luego de que el famoso TREP se detuviese, se retractase, se autocensurase y se pronunciase abruptamente, Evo se declaró ganador en primera vuelta con la clarividencia de que el voto rural que faltaba escrutar le diera la victoria, como al final se confirmó el día de su cumpleaños 60, casi como un regalito erótico del órgano erectoral (sic bis).
10. La realidad poselectoral es paradójica (Evo quiere ganar por mesa y Mesa quiere vencer a punta de bloqueos) y hasta traumática: gente movilizada en las ciudades con espíritu patriotero mientras en el área rural la vida transcurre como si nada. Las dos Bolivias. Jóvenes protestantes que no saben ni siquiera quién fue Gonzalo Sánchez de Lozada, el presidente derrocado inmediatamente anterior al gobierno actual, y gritan consignas “democráticas” propias del cancionero antineoliberal o del glosario izquierdista. Las dos democracias. Masistas y mesistas (la misma porquería) en fuego cruzado, acusándose de dañar la democracia, cuando ésta es ya un concepto hueco que conjuga con cualquier verbo, por infinitivo o gerundio que sea.
Díganme: ¿Es esa la estructura política que estábamos a punto de validar con nuestro voto? ¿Es esa la narrativa cuyo guión seguimos a pie juntillas sin importarnos el porqué? ¿Es esa la democracia que pregonamos a voz en cuello y que sólo favorece a los cuellos blancos que luego se cagan en el “pueblo”, palabra preferida de su vocabulario mitómano? ¿No son estos actores demagogos más que demócratas en una titiritesca ópera política? ¿No somos nosotros mismos sólo un público espectral que aplaudimos la función teatral democrática sin darnos cuenta de la farsa que se digita tras bambalinas?
No podemos seguir a esta clase política estúpida que nos avergüenza, llena de levantamanos y calientaculos, cerdos que paradójicamente lo que mejor saben es cobrar sus dietas a fin de mes. Politiqueros demagógicos que a toda costa se quieren quedar en el poder o tomar el poder (da lo mismo) para meter a sus parientes, amigos y llunkus en una estructura cuyo intestino está podrido en nombre de la patria y por la sola burocracia clientelista y arribista. No hay donde perderse, en todas estas ecuaciones la constante fue la democracia y la variable quién la dijo o en qué contexto. Estos cabrones (y no me estoy elevando de tono) solo quieren nuestros votos para seguir con sus pendejadas, para tirarnos migajas de sus banquetes partidistas.
Si beber de este elixir político se trata, me declaro abstemio, más aún ácrata, peor aún anarquista. Seguiré pensando igual: los bolivianos no necesitamos de gobiernos peripatéticos, de estructuras como éstas, de falsos profetas que enquistan nuestro vil o gil credo asceta. Nunca he escrito de política, pero no es pecado, es catarsis, ahora que me siento infecto en la piel y en el alma, por obra de esta clase de miserable humanidad que quita a la vida lo que de vid tiene, lo poética que es.
LA PROPUESTA Á-CRATA
En estos momentos todos los bolivianos apuestan a alguna salida democrática en medio de esta crisis política / psicosis social en la que la peor opción es sin duda mantener al actual mandaMÁS en el poder. Lo que pocos logran es percatarse que el meollo del asunto no es el mandatario de turno, sino el sistema en el que está adscrita nuestra sociedad boliviana tan variopinta (por no decir contrastante) y plural (por no decir desigual), que sin duda sugiere un caos. Pero no el caos entendido como un desbarajuste insalvable, sino como una distorsión natural de nuestra naturaleza cultural e identitaria que –de no equilibrarla- en el tiempo puede llegar a explosionar, como que ya ha derivado en dos Bolivias, la del campo y la de la ciudad, por hacer una radiografía rápida, considerando que lo comunitario ha ingresado en la esfera urbana, tanto como ésta ha atravesado lo rural.
Evidentemente la democracia directa puede ser el medio, pero no el fin, en esta lucha contra una dictadura que pretende perpetuarse en el gobierno por dos décadas, bajo la imagen de un caudillo indígena y antiimperialista que se ha visto que sólo esconde los quehaceres políticos en una línea igual de autoritaria y hegemónica. Un gobierno multicultural de visión “pachamamista” que -por no extenderme en ejemplos- tiene su bandera en los movimientos sociales y en el suma qamaña, pero que en la práctica abusa de la consciencia de los pueblos y asesina a la madre tierra. Un estado plurinacional de ideología “socialista del siglo XXI” que, además, se declara enemiga del imperio yanqui, pero se alinea con el imperio chino que es tanto o más represor y antihumano.
Por eso mismo si la coyuntura actual apunta a “respetar nuestro voto” evitando el fraude y “salvar la democracia” evitando el régimen masista, está bien, aunque todo ello puede quedar en un slogan demagógico y servil de un sistema que –se ha visto en nuestra historia- termine usándonos de buenos tontos para maquinar otras formas del poder. La realidad así lo marca porque nuestros candidatos parecen haber salido del mismo cuero. Y aunque al parecer representen consignas distintas, en el fondo la suficiencia de sus propuestas los enceguece de una complejidad que obedece a esa caoística primigenio del hombre y su cultura, manifiesto in extremis en esta paella geográfica que desde 1825 se denomina Bolivia. Un espacio heterogéneo que -sumado a la complejidad de la globalización actual- distorsiona cualquier orden, sobre todo el estatal, que es un sistema ficticio afanado en regular un proceso que llega con esa distorsión real. En la teoría estas problemáticas se pueden regular (o más bien paliar) con diseños programáticos suministrados por los postulantes; en la práctica éstos ofrecen salidas arbitrarias que por su carácter lúdico (y no lúcido) nos llevan a mayores desacuerdos y desencuentros. Basta revisar las cartas de esta baraja democrática:
Si apuntamos al EVOlucionismo darwinista de la especie, sin duda nos aseguraremos una Bolivia multiracial y plurilingüe que termine en una hecatombe babilónica de las 36 nacionalidades que conviven en este país, culminando en un holocausto cultural donde todos quieran imponer su cultura sobre la otra, siendo que al final de cuentas triunfe la cultura del capitalismo fascista y del consumismo neoliberal de las ciudades globalizadas que son el polo de desarrollo y progreso encriptado en la mente de las generaciones del nuevo milenio. Es a lo que sin duda nos estamos dirigiendo, digan lo que digan.
Si apuntamos al MESiAnismo humanista de un líder que por su sabiduría sepa atar estos 36 cabos en el mismo entramado estatal, nos aseguraremos una armonía irreal que como una bomba de tiempo termine de explotar su burbuja ideosincrática y nos ponga ante la trágica y lacerante realidad de que habíamos sido distintos, a pesar del paraguas boliviano. Esto es, el triunfo salvaje de la antropofagia estatal que a título de la patria borre las otras 36 nacionalidades, bajo el discurso de que todos somos seres humanos. Una vez más, ahí el Estado hará patria civilizando a las poblaciones rurales en plan urbanista, sin resolver problemas concienciales de fondo.
Si más bien apuntamos al creacionismo CHrIstiano del médico-pastor coreano, esa pluralidad desaparece en función a un credo único y superior que sugiere la evangelización de todos, como de hecho viene sucediendo hace mucho tiempo en el campo a título de extirpar idolatrías y liberarnos en nombre de Dios. Suena bien a oídos crédulos y en un momento en el que sin duda se han puesto en cuestión incluso nuestros bienes espirituales. Pero en cierto punto la religión es tan detestable como la democracia, pues ambas profesan el bienestar de los hombres (la salvación más el paraíso eterno en el caso de la religión y el bien común más el progreso terrenal en el de la democracia), aunque para ello han creado dos estructuras harto cuestionables: la iglesia en cualquier de sus dogmas y el estado en cualquiera de sus regímenes. Ambos, repugnantes por definición, son parte de un sistema hegemónico mundial que ya nos ha llevado al exterminio de nuestras consciencias y de la verdadera libertad humana.
Así pues, nótese que las tres opciones más votadas de la última elección nos pueden llevar al acabose antes de tiempo. Por eso mismo la solución no está en una segunda vuelta que reduzca el espectro de opciones a dos extremos que sopesarán la ingobernalidad de los próximos cinco años, dejando una vez más al país sin un derrotero claro, pues seguiremos rabiando contra la ineptitud de nuestros parlamentarios, senadores, administradores públicos y su burocracia. Pero tampoco la solución está en rehacer las elecciones, porque ya el sistema de empadronamiento, sufragio y conteo es proclive a una susceptibilidad de la que ni la moral informática ni la tecnología mecatrónica nos va a sacar, sencillamente porque nos hemos vuelto escépticos de nuestro sistema político y de la clase politiquera demagógica.
La trascendencia de este momento radica en que, subconscientemente quizás –casi sin quererlo- la gente ha empezado a expresar un discurso que a priori podría llamarse post-democrático. Esto es, un discurso que emplaza a los políticos a respetar las decisiones del pueblo, o incluso los desplaza de este escenario reaccionario que tiene interesantes matices ciudadanos (barriales, comunitarios, generacionales, etc.), alejados de la militancia política y del caudillismo idólatra, resguardados más en una suerte de anonimato cuyo carácter contestatario bien imprime los ideales de una acracia, aunque no queramos admitirlo. Precisamente utilizo el término acracia, en lugar de anarquía, porque esta última ha sido tergiversada en su definición por el discurso político y de hecho se la utiliza peyorativamente para tildar de revoltosos, violentos y proclives al desorden social a quienes profesamos este pensamiento, cuando es justamente lo contrario.
Y así como es posible afirmar que no estábamos preparados para la democracia por nuestra idiosincrasia (cada pueblo tiene el gobierno que se merece), o por las obsesiones y cosmovisiones (vox populi, vox dei / vox diaboli), soy consciente que probablemente estemos menos preparados aún para la acracia, es decir para vivir sin gobernantes. No obstante, el ejercicio ciudadano y la práctica comunitaria de estos días nos ha demostrado que podemos establecer nuestras propias formas de convivencia, nuestros consensos, evidentemente no siempre desde las calles, pero sí desde las bases, dejando el verticalismo piramidal que le da poder y autoridad a unos pocos para que hilen nuestros destinos, cuando somos seres humanos autónomos e independientes en nuestras decisiones. Tampoco sé si estemos preparados para dejar banderas y fronteras en aras a una convivencia mutua y armónica, pero sé que podemos canalizar nuestras pasiones hacia un lugar mejor y sin distinciones.
Sé que sostener un discurso ácrata en la actualidad compleja y globalizada puede resultar utópico cuando exige una serie de decisiones que pueden resultar contraproducentes, sobre todo cuando sus antecedentes de hace un siglo ofrecen reparos. Pero creo que la comprensión del momento actual y una lectura interpretativa de su dinámica, nos permita aceptar a convivir con esa distorsión social, cultural e identitaria sin una autoridad de se jacte de organizar nuestras diferencias, sino a través de una convivencia mutua que apunte a esta acracia sin jerarquías, con guías espirituales antes que liderazgos carnales, con normas de convivencia y valores naturales que no nos priven de libertad. Una vez más, suena a quimera, pero lograrlo vía democrática lo es mucho más.
En fin, un proceso que creo que ya ha comenzado con la autorevolución personal exigiendo el respeto a nuestras decisiones, pacífica y solidariamente, siendo consecuentes con la vida. El fondo es ése, porque las formas ya serán obra de esas consciencias librepensantes y de vocación humana que quizás van más allá del mutualismo económico, del cooperativismo social, incluso del discurso libertario de los ateneos culturales de la acracia más tradicional, y serán ingeniosas formas de organizarnos nosotros mismos, de autogestionar nuestra economía, sin la necesidad de gobernantes ni de gobiernos, mucho menos de poder.
Achocalla, octubre 2019
Osvvaldo Calatayud Criales