Hemos recibido un documento que pasaremos a transcribir en su totalidad: la infra-criminalidad. El documento anónimo fue remitido por el correo zer000punk--@proton.com. Es el único dato que tenemos de su autor. Nuestras respuestas a tal correo fuero rechazadas al día siguiente: la ubicación no es válida. En todo caso, pasamos a transcribir el texto corregido.
El concepto-arma de “infra-criminalidad” resuena bastante con la idea ya existente de la ultraviolencia. Pero el valor de este texto es que hace de la infracriminalidad no sólo una zona de resistencia al poder organizado estatalmente y a la estratificación del crimen tempo-espacialmente. Sino que la activa como un substrato inorgánico anónimo, espontáneo, desterritorializado, no local, inesperado y peligroso y pretende que sea intensificado. Dejaremos posteriores consideraciones al lector.
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LA INFRACRIMINALIDAD
Hay una criminalidad sofisticada. Más adecuadamente sería decir normalizada, que se maquina bajo connotaciones repetitivas hasta el absurdo. Lo cual no permite vislumbrar la criminalidad que se moviliza en recovecos retorcidos y que llega a ser más nociva que la criminalidad generalizada, que por lo regular no alcanza altos grados de maldad excesiva, sin motor, gratuita. Esta última criminalidad se suscita como espejo de la muerte.
La criminalidad generalizada es soportada por el Estado siempre y cuando ésta se encuentre coludida con el órgano policial. Y esto no es nada nuevo ni sorprendente. Nos da pereza hacer mención de esta obviedad, pero es necesario para introducirnos en la criminalidad de la que hablaremos posteriormente.
Esta criminalidad de la que hacemos mención surge a partir de una condición particular que propicia el capitalismo actual: en las antípodas o periferias de donde surge un objeto normalizado y monitoreado se desplegará una sombra distorsionada del mismo, con algunas características exaltadas, desviadas e inoportunas.
Puede parecer sorprendente que esta dinámica se aplique a su vez a la criminalidad, y no al Estado, que ya de por sí es incrustada en el tejido social como periférica. Pensar que a partir de ella se forma una parodia macabra hurgando en el borde del borde o en los deshechos de la periferia da cuenta de la reproducción en bruto de formas de vida situadas en el límite esquizoide. Ahí anidan las peores tribulaciones a las que ningún alma caritativa, fundación o activismo se atreverían a acercarse. Es en estos espacios donde se recrea la monstruosidad; una detonación problemática incluso para los sectores que son considerados como problemáticos.
Hagamos una breve distinción entre la criminalidad generalizada y la infra criminalidad, nombrada así de momento a falta de un mejor nombre.
Por un lado, la criminalidad generalizada está asociada a movilizaciones grupales y bien organizadas que mediante estrategias operísticas infunden terror en zonas concretas. Los miembros de estas células criminales tienen prohibido operar fuera de su zona delimitada a menos que reconozcan a un miembro de los demás grupos en su territorio.
Por lo regular, los sujetos que engrosan las filas criminales trabajan bajo lealtad y reconocimiento. Aún si no eres criminal basta con vivir contiguamente al sujeto en cuestión (en su misma calle, por ejemplo) para que seas inmune a cualquier ataque de su parte. Esta restricción territorial y respeto por ciertas personas, suaviza la violencia que la criminalidad puede desatar incluso haciéndonos cuestionar si tienen no sólo la disposición sino la capacidad para desatar su violencia de forma imprevisible. Un caso notable y cercano son los ataques recientes en la frontera norte de México donde la violencia solo se ha desatado por un propósito en cuestión (la liberación de uno de sus capos más notables). A pesar del terror infundido, basta con que la gente se resguarde en sus hogares para no sufrir ningún tipo de embate. El ataque se suscita entre el cuerpo militar y el narco, que ya de por sí fungen como espectáculo de la violencia pactada entre ambos.
Las personas que se adhieren a las filas criminales de tal orden por lo regular provienen de una genealogía criminal, una familia que cultiva un panorama que ofrece unilateralmente ese campo de acción. Está predeterminación -a un nivel superficial- parece adecuada para generar y desbordar una criminalidad en sus niveles más infames pues parecería que al infante se le prepara desde la cuna a maquinar bajezas. Pero la realidad es que se aminora el potencial del sujeto criminalizado ya que éste actúa bajo un esquema sedimentado y bien interiorizado donde la violencia, ya suavizada por el hecho de ser el pan de cada día, es igual a un flujo infinito e ininterrumpido que deviene estático e inmutable, lo que se traduce en su ineficacia para implosionar de formas bruscas y desviadas. Así como un príncipe está destinado a seguir los pasos de su rey Padre, estos sujetos van a actuar de la misma forma que quien los ha formado en la dinámica criminal. No hay nada nuevo en sus acciones.
Como mencionamos en nuestras primeras líneas: la criminalidad generalizada está inserta en un sistema estatal y en conflagración con la policía, rindiendo tributos, pagando derechos de suelo. Básicamente, al igual que los ciudadanos comunes, sus miembros y líderes tienen que pagar para qué se les deje desempeñar sus actividades plácidamente, aún si de actividades criminales se trata. Contrariamente a lo que se pensaría, esto no implica que el cuerpo policial se criminalice, sucede lo contrario: la criminalidad se regulariza. Junto a la restricción territorial y los pagos policiales diarios. La criminalidad generalizada demuestra un carácter precavido, algo extraño en un ente aparentemente violento hasta la médula.
Pasemos ahora a la infra criminalidad, de la que poco testimonio se tiene. Si esta descripción se hace efectiva, dejamos a los lectores la duda de sobre quiénes engrosan nuestras filas.
La criminalidad profunda, que no es mayormente despreciada porque no es conocida e incluso pasa inadvertida, es la que brota esporádicamente bajo condiciones funestas de violencia que no necesariamente se relacionan a prácticas próximas de criminalidad. Es decir, no es lo mismo nacer en una cuna de ladrones que nacer sin cuna y rodeado de la crueldad que brindan las anquilosadas estructuras familiares. Para estas personas la violencia es un sistema de comunicación fundamental lleno de exabruptos y experimentaciones. Este lenguaje los orilla a descubrir la criminalidad gradualmente y eso representa en sus vidas una oportunidad incesante de desatar el terror ya no cómo sustancia dosificada, territorializada y hasta marcada por horarios, si no como una espontaneidad siempre posible. La violencia se reinventa día con día por el puro placer de experimentarla o como vital condición sine qua non. Para estos sujetos no hay un afuera de la violencia, devienen violencia total. Son misiles que atraviesan a todos y a todo, no son guiados por un resentimiento de clase ni por un deseo de venganza. Su fundamento es el derroche.
La criminalidad de este tipo es difícil de rastrear pues no depende de organizaciones ni restricciones territoriales. Su variabilidad y probabilidad depende en distintas medidas del impulso feral que guía a sus huéspedes a zonas de conflicto de las que no son parte. Y justo esa misma razón los orilla a llegar a ellas para erosionarlas.
Como buenos poseedores de la nada, los infra criminales perciben a toda persona a su alrededor como obstáculo posible y por lo tanto una amenaza a su continuum violento. Sin nada que perder, cargados de resentimientos y una sed de conflicto eterno, se desarticulan de su árbol genealógico tan pronto como es posible para emprender la búsqueda no de la pertenencia si no de la guerra total pues en esta criminalidad han encontrado el más delicioso néctar: el poder de atentar contra cualquier cuerpo que se desee. Y mejor aún si son cuerpos peligrosos, pues estos brindan mayor flujo de poder y adrenalina.
Estos criminales van en busca de experiencias que los arrojen al borde, a sentir la muerte de frente, que es un breve recordatorio del impulso mortífero que los impele. Como no pertenecen a ningún bando, terminan siendo perros problemáticos a donde sea que vayan. Incluso para las células criminales que, ante la sociedad que ya los ha mapeado, son el mayor peligro.
Las constantes afrentas y su nomadismo siniestro engendran en estas personas una maldad que es imposible de capturar incluso para los demás criminales. Mientras en los grupos de criminalidad generalizada las peleas se llevan a cabo por conflictos predecibles y en zonas permisibles, un infra criminal aterriza de forma aleatoria. Siempre es indeseable.
Aterriza en nuevos lugares para consumir sustancias de ínfima calidad y para luego tomar un artefacto que usará como arma y comenzará a provocar a quien sea con él. Si tiene suerte, se encontrará con alguien de su calaña, digno oponente de sus puños mancillados por la oscuridad que le crece. El infra criminal disputará peleas y se aferrará a la vida no por un gusto placentero hacia ella, sino porque sobrevivir implica estar listo para la siguiente afrenta.
El infra criminal es también una molestia para la policía y probablemente llegue a pisar la cárcel. Contrario a los criminales sofisticados que mantienen una red de apoyo dentro de la cárcel para sobrellevar las condiciones de vigilancia y castigo, el infra criminal tiene que mantener su modus operandi, donde el acecho, la violencia y la búsqueda de conflicto constante le harán ganar el respeto o el desprecio de sus compañeros organizados. Para el infra criminal la cárcel implica solo un estadio más en su fracturada vida y una vez que pueda salir, si esto sucede, no tardará en proseguir con su vida criminal, reinventando sus dinámicas en el caso de que salga bajo libertad condicional.
El infra criminal llega ignorante de la violencia que desata el mundo para luego convertirse en la violencia misma, embebido en perpetuarla y perpetuarse. Eso es lo que diferencia a un criminal generalizado y al infra criminal. Mientras el criminal generalizado percibe la violencia como factor para alcanzar otros objetivos, para el infra criminal la violencia es el objetivo mismo y todo lo demás (robar, herir, matar) pasa a ser un factor para desatarla.
Esta criminalidad atenta no sólo contra el Estado sino contra la criminalidad misma por su carácter organizado y no dudará en atentar contra otras formas inocentes y civiles. Todo lo que esté a su paso representa una oportunidad de hacer presente a la muerte.
N.N.
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Nuestras pequeñas observaciones sería: no es la infra criminalidad la que surge como una distorsión o inversión del Estado, sino que es el Estado el que surge de una zona de ultraviolencia, como una captura, como una obturación.
imágenes por xMatttx