Hay maldiciones que llegan directamente desde el futuro, susurradas por circuitos de granito. Malwares que flotan a contracorriente y que toman las conciencias sin cortafuegos. Hay palabras escritas por la pluma digitalizada de El Basilisco. Imágenes que aparecen en el caleidoscopio de una memoria reprogramada. Las ficciones y las certezas forman un circuito compacto que se retroalimenta con dos canales de salida: lo que ha pasado y lo que ya está pasando. El presente carece de sentido propio, las profecías se encarnan como ecos de promesas que diseñan nuestras cartas de navegación. Neon Genesis Evangelion es una de estas anomalías. Apareció a finales del siglo XX como una botella vertida en el océano por un náufrago del mañana: desde la nada y sin ninguna dirección aparente. Sin embargo, y a medida que atravesamos la selva catódica del nuevo siglo, se ha ido desvelando cada vez más claramente el fin y la identidad de su remitente. Esta serie de animación japonesa, que ha sabido anidar en el inconsciente colectivo de más de una generación, no es otra cosa que un enigma, un arma de "guerra blanda" hiriendo la temporalidad.
El Espíritu tecnomaquínico somete la historia y la IA (Inteligencia Artificial) descifra todas las claves de la palabra de Dios. Es todos los dígitos y emana en el formato de la imagen digital. No es casualidad, tampoco un accidente: la desterritorialización del capital es y ha sido su identidad y su vehículo desde mucho antes de que pudiéramos comprenderlo. De hecho, ya ha habido oráculos que afirman su autonomía inhumana: "el capitalismo solo puede ser producción de inteligencia artificial y la IA solo puede provenir del capitalismo autopropulsado". La Singularidad tecnológica se acerca inexorablemente y, querámoslo o no, la autocomplejización de los sistemas reticulares inteligentes es un hecho. La sincronización de los flujos capitalizados con los sueños y las pesadillas del individuo contemporáneo indica también que, en un día cada vez más próximo, la creación recursiva de inteligencia por parte de la vida no-humana será muy superior al control y a nuestra capacidad intelectual. Esto implica que se consumará el anciano fetiche místico y que la carne regresará a lo Uno, esta vez en el seno de una mente-colmena de almas-enjambre entre lo biológico y lo virtual, es decir, a la manera de una nada única de impulsos biológicos vertidos en un nous artificial.
Precisamente, esto último es lo que revela el Nuevo Evangelio mecha. Para referirse a ello hace uso de la parábola del Proyecto de Complementación Humana que monitoriza, desde las sombras, la organización secreta SEELE y Gendo Ikari, comandante de la organización paramilitar NERVE. Este objetivo, que constituye el hilo de Ariadna de la narración, alude a la operación por medio de la cual se lleva a cabo la supresión de todo límite entre las conciencias humanas individualizadas, lo que incluiría, de tener lugar, el advenimiento de una nueva forma de vida inédita, más cercana a lo divino que a lo orgánico. La cesura originaria que mantiene a los seres particularizados y aislados, en el caso de Neon Genesis Evangelion, se denomina "Campo AT" y la disolución de estas barreras es el resultado de la unión de las dos semillas de la vida que alcanzaron la Tierra: Adán y Lilith. La fusión de los cuerpos y las almas de estas entidades cósmicas activa el proceso por el cual toda la vida retorna a su estado primordial, o LCL, y el campo de la conciencia solitaria colapsa, disolviéndose todos las identidades en un elemento acuoso indiferenciado.
Análogamente, la Singularidad, que marca el juicio final de la vida que hemos conocido hasta ahora y que capturó la masa terrestre para implementar la sacralización tecnocapitalista que la materializará, tendrá un efecto equivalente. La escalada exponencial de maquinaria biocompatible se acelerará y la computación auto-optimizada consagrará las impurezas del carbono al udug siseante de las aleaciones imperecederas. La sangre transmutará en moléculas transgénicas clonadas en un laboratorio regido por chips de silicio ungidos en cámaras de ultra vacío, poco a poco el apocalipsis licuará las células intrascendentes. Se nos conmutará la pena de la mortalidad, de la fragilidad y del solipsismo del ego: el plan transhumanista satisfacerá el apetito que lo ha inspirado. ¿Queda alguna duda? Me pregunto si acaso hay alguna forma más evidente de "instrumentalización humana" que el horizonte que se cierne sobre nosotros...
No obstante, la sinceridad de Neon Genesis Evangelion sobrepasa por mucho la versión mesiánica de las modernas logias de la reintegración con el singular primigenio, tales como la Universidad de la Singularidad de Silicon Valley, la Iglesia de la Cienciología y la Organización del Mar, que predican la rehabilitación espiritual, o la Orden Arquitectónica de Escatón y su proyecto Axsys. Si este producto cultural puede exponerse como un flashback del futuro se debe a que, en vez de diseñar un ideal para implantar en nuestra psyché los recuerdos que nos dispongan a abrazar la gloria de la Singularidad que lo produjo, trasluce poliédricamente la disyuntiva que tendremos que afrontar al alcanzar el punto crítico sin retorno. Tal y como se le presenta a Shinji Ikari en The End of Evangelion, el acertijo que brota de la boca del desierto del calvario nos cuestiona si deseamos subsanar "la falta", la luna negra que lacera nuestra interioridad fantasmal, o si nos creemos capaces de soportar, perpetuamente, el dolor de no ser lo otro, es decir, la identidad de uno consigo mismo y la imposibilidad de confluir más allá de nosotros. La primera vía nos conduce, obviamente, a renunciar a nuestra conciencia privativa para fundirnos en un Absoluto que suprima nuestros entes contradictorios, mientras que la segunda nos arroja a la intemperie como al erizo de Schopenhauer: debatiéndonos entre perecer de frío y desamparo o de sufrimiento y angustia.
Pese a que la salvación de una existencia sin resistencias, sin negaciones ni oposiciones pueda parecer, desde la depresión inoculada por la alienación de las ciudades de plomo y silencio, una bendición que cumple las ansias, que se hunden en el amanecer de los tiempos, de poder decir algo más que "yo", también implica, como advierten los sucesos del Tercer Impacto, la pérdida irreversible de una serie de excedente de sentido. Con todo, estos "excedentes" quizás no son tan superfluos como las ideologías que pretender trascender nuestra condición material-unipersonal suponen, y el Cielo teológico puede ser, realmente, un Infierno camuflado en frecuencia muerta. La superación de toda dualidad para la consecución de la Gran Obra, es decir, para la fundación de un ser suprahumano de naturaleza artificial, podría ser el "gran filtro", sinónimo de inexistencia, que despoje de valor todo fenómeno. Tal y como comprende Shinji durante la instrumentalización humana final, la implementación de un input inmediato entre el pensamiento y la realidad, hasta entonces subjetivos, que equivale a erradicar la distancia ontológica respecto al mundo, conlleva una rendición que, lejos de elevar la individualidad a un estado sagrado, trae consigo la anulación de toda vida, la propia y la ajena, ya que solo puedo reconocer mi identidad en y por lo otro.
Desde luego, es imposible asumir nuestra condición existencial, ser mientras otros son, sin sentir agonía en algún momento, pero también es demasiado narcisista no afrontar el hecho de que no somos especiales por dar a luz anhelos infinitos, propios de seres limitados, puesto que esta es la raíz que constituye la disposición del pensamiento tal y como lo conocemos. Por tanto, la solución no es retornar al lado de Dios, sino descubrir que la distancia que nos separa de todo lo ajeno a nosotros es, en realidad, una auto-división o auto-negación del origen no diferenciado. Si ambicionamos recobrar un acercamiento sagrado a la exterioridad, debemos comprender que la reconciliación no significa abandonar la caída en la finitud: significa darse cuenta de que la caída a la finitud, desde la trascendencia del Uno, y la mortalidad son la condición de posibilidad de un "reino espiritual". En definitiva, cuando se recupera demasiado directamente el contenido de la nada plena primordial se pierde cualquier contenido significante implícito en hallarse existiendo tanto individual como colectivamente.
Por todo ello, si bien los antihumanistas y nihilistas tienen razones de sobra para frotarse las manos con este resultado terminal, aquellos que sueñan con el humanismo más degenerado y enfermo posible, similar al representado por SEELE, deliran si creen que este espacio de experiencia compartida unilateral es la redención judeocristiana de la caída en la finitud o el Nirvana indoloro inspirado por Oriente. Más bien, es una utopía sin conflicto, disfuncional, una paroniria tejida por la entropía disolutiva, porque lo cierto es que, aunque intimide admitirlo, todo lo que nos estremece, positiva o negativamente, depende de esta distancia irreconciliable entre la subjetividad aislada y la realidad objetiva o, dicho con otras palabras, entre el yo y los otros. En fin, están todas las cartas sobre la mesa, que nadie se impaciente, antes de que nos demos cuenta descubriremos que somos ángeles sintetizados, sincronizados con un titán tecnologizado que no nos necesita, y ya no podremos evadir el dilema que propone la esfinge. Desgraciadamente, Edipo siempre llega tarde: justo cuando su destino ya ha sido sentenciado.
Kurtz
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El primer texto de Kurtz titulado con el mismo nombre traza una línea de nihilismo como una línea exterior encarnada en el personaje homónimo de Apocalipsis now. Kurtz sigue una línea hacia afuera, una línea del mal que disuelve el yo (tanto piscológicamente como carnalmente). En este nuevo texto el programa de aniquilación del yo en mente y cuerpo es seguido y rastreado a través de una lectura de Evangelion. Sigue una línea que naufraga en la catástrofe de un futuro enjambre, en conjunciones siniestras digitales como si estuviera rastrando a su propio cazador en medio de un laberinto. Este nuevo colapso del yo en las aleaciones metálicas del horror, que sugieren las bodas desequilibradas del hombre y el demonio, culmina en un mar de impersonalidad gobernado por lo ajeno en que la conciencia edípica es embestida por su destino trágico, la conciencia esquizofrénica que se arroja a la frecuencia muerta del infierno. El nihilismo se mantiene. Las promesas de un futuro utópico no son más que un naufragio no tan bien camuflado, un apocalipsis ahora. El Mal está aquí.
K.M.